31 de enero de 2011

EL PERRO EXPIATORIO.


Sólo 24 horas después del escándalo, destituyeron al policía que “participó en la tortura y asesinato de una perrita”, como lo rotuló El Espectador. –Semejantes palabras tan cargadas rara vez se usan a la hora de cubrir noticias de tortura y asesinato de personas, por policías-.

El General Naranjo, el mejor del mundo en su oficio, se reunió con entidades protectoras de animales y acató sus exigencias de inmediato. Todo ante la indignación nacional generada por el despliegue de medios que se le dio al hecho; la difusión en internet de la canallada y los movimientos, los gritos a coro de justicia, y los cientos de comentarios y grupos de repudio nacional que se formaron al instante en las redes sociales.

Facebook, por ejemplo, que ha terminado por convertirse en la militancia de todos los activistas del menor esfuerzo, -bien pensantes empeñados en transformar el mundo dando click en “me gusta”- reportó de inmediato una docena de grupos formados con títulos como: “Yo también quiero que los policías paguen con la muerte de la perrita.”

La indignación generada es indignante; por dulzona, sinuosa, conducida, ingenua y veleidosa. El hecho es terrible y moralmente reprochable, eso es seguro. Pero le ha venido como anillo al dedo a la imagen de la policía, para tratar de subvalorar o simplemente esconder la cantidad de hechos terribles y moralmente reprochables ocurridos en sus filas en el último mes.

Este año empezó con grandes escándalos de uniformados; pero da cierta rabia y frustración que el único que genere semejante movilización sea el de un perrito. Suena hasta gracioso. Demente y gracioso, como siempre. No por el pobre perro, sino por lo que se deja de lado para llorarlo.

Basta hacer un recuento de las últimas noticias. Los primeros días del año dos mujeres humildes, vendedoras del Hueco, acabaron muertas en el río Medellín, cuando el carro en el que iban junto con dos policías se despeñó y cayó a sus aguas. Se comprobó que los agentes salieron del río y se retiraron del sitio sin pedir ayuda ni denunciar el suceso. También que el carro tenía placas falsas y las versiones de ellos eran contradictorias. Las extrañas circunstancias siguen en investigación, mientras el Coronel Martínez ha tratado de encubrir a los agentes desde el primer día. –El jefe máximo de la policía de la ciudad se pasa el tiempo entre aconsejar golpizas a las madres de los muchachos y defender con encarnizamiento los procederes indefendibles de sus hombres.-

Hace 15 días, salieron a la luz pública las fiestas desenfrenadas organizadas por los supuestos presos de la base de Tolemaida. Cuando el gobierno, acorralado por la opinión pública, ordena el traslado de los pachangosos, descubren que un mayor –que en apariencia paga pena por querer matar a un congresista-, nunca ha estado ahí porque supuestamente se fugó, y se monta toda una parafernalia histriónica dizque para recapturarlo.

Hace una semana, en el Tolima, otro mayor de la policía, que dirigía la Sijin, la brigada antidrogas del país, fue capturado con más de cien kilos de base de coca, que llevaba a cuestas como cualquier traficante que dice combatir.

El 11 de enero, detuvieron en Santa Marta a un subintendente que desde hace tres años abusaba de su hija, que hoy tiene 16 , amedrentándola con dispararle si lo llegaba a contar.

Dirán que estoy tomando noticias arbitrariamente, pescando en río revuelto para tratar de mostrar una constante donde no la hay. Bueno, hoy mismo, mientras escribo esto, 31 de enero, se capturó a un agente de la policía, en el barrio Diana Turbay de Bogotá, porque borracho, disparó indiscriminadamente contra la gente de la calle, lo que pudo ser una tragedia de alta envergadura. Disparó incluso contra otros uniformados que llegaron a capturarlo.

Hablamos de asesinatos de mujeres, violaciones de niñas, tráfico de drogas, fugas de presos que vacacionan en las bases militares, disparos e intimidación a la población… medio Código penal, cometido por agentes de policía en lo que va del año. Más de dos escándalos por semana, con hechos muy graves, indignantes e ignominiosos.

Pero con todo eso, la piedra sólo se logra sacar cuando hay un video de un patrullero miserable molestando a una perrita. Que maten, que violen, que disparen en la calle, que no paguen sus penas, que trafiquen, pero eso sí, ¡no toquen a los perros! Se vale lanzar un mensaje moral de esos?

Facebook, cuna de las protestas sin colmillos, se ha vuelto el espacio ideal para las modas benéficas y los movimientos que no movilizan más allá del click. Para los efímeros defensores de efímeras causas que se la pasan escribiendo en el muro WE ARE THE WORLD.

Sus supuestas censuras no hacen sino desviar la atención de lo realmente censurable; populismos dulzones y melodramáticos manosean el sentimiento y generan una indignación inofensiva. Mientras miran con ojos encharcados los hechos dizque graves, pasan por las narices las mayores afrentas, sin que se puedan hacer notar por los indignados activistas del menor esfuerzo.

El tema del ambientalismo es un buen ejemplo. Hay cierta clase de militantes, defensores de animales, que piden justicia por la perrita, o se regocijan apedreando gente en la puerta de la plaza de toros, porque ese inofensivo problema los llega a indignar más que la desecación de humedales por los grandes terratenientes, la expansión del ganado en los suelos que esteriliza la tierra y genera deforestación, la sedimientación de lagunas que extingue la fauna, la explotación minera de los páramos. En fin, otro gran número de temas de trasfondo político, mucho más difíciles de entender –por tanto más difícil indignar- y que piden soluciones más allá de un click en “Me Gusta.”

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