Hace unos doce años, en el
libro Patadas de ahorcado, una extensa entrevista que Juan Carlos Irragorri le
hizo a Antonio Caballero, este último se refirió a la conocida María Isabel Rueda como una columnista que escribía
lo que pensaba cierta clase alta del país, por lo cual leerla era a su vez
saber lo que se fragua en altos círculos.
Ella contestó de inmediato
en una columna suya publicada en Semana, de título El que es Caballero, repite. “Tengo mejor concepto de mí misma, pero le recibo el
comentario con mucho cariño”, dijo.
Lo del
cariño al parecer era ironía, porque en la misma columna acusó a Caballero de
ser un aristócrata envuelto en manto de tirapiedra, de tergiversar la historia,
de hacer un periodismo irresponsable por el que filtra ante todo una ideología
y de escribir barbaridades que terminan siendo mentiras, tan repetidas que se
comparan con la pornografía.
Igualmente,
lo de tener mejor concepto de sí misma también resultó irónico, o por lo menos
ineficaz como réplica. Hasta donde entiendo ese es el sentido de las críticas y
la forma adecuada de recibirlas: que traten de amainar un poco el criterio
propio, que siempre va a querer ser engañosamente mejor que el que tengan de
uno las demás personas.
No sé si
Caballero merezca todos esos calificativos que le señora Rueda le propinó; pero
sí sé que con el tiempo todos, menos –hasta donde conozco- el de tirar piedra,
terminaron encajando también en el actuar profesional de ella. Porque hay ciertas
conductas que no necesitan de gran esfuerzo para ser desveladas. El sólo paso
del tiempo las termina poniendo en evidencia. Basta un somero ejercicio de
memoria –de esos escasos aquí-.
Lo de la
ideología es quizás lo más evidente. En la actualidad, como se sabe, la señora
Rueda viene haciendo un ejercicio de periodismo crítico contra la
administración de Gustavo Petro, en Bogotá. Ejercicio de entrada válido y
necesario. Sin embargo, pareciera que el rasero aplicado para cuestionar conductas
ajenas y propias no es el mismo, porque a pesar de caer en actitudes
merecedoras de igual reproche, cuando se trata de ella, nuestra columnista
“sigue teniendo mejor concepto de sí misma.”
Cito el
caso de Petro sólo como ejemplo y sin ningún afán apológico. Durante la campaña
por la alcaldía de Bogotá, la señora María Isabel Rueda era asesora de una de
las candidatas: Gina Parody. Eso no la impidió para que conjugara esa labor con
sus quehaceres periodísticos que siguió atendiendo simultáneamente. Se diría que en
su gran concepto de sí misma, ella bien podía diferenciar esos dos espacios y
no permitir que el uno interviniera en el otro. Pero ahí vienen de nuevo los
hechos que, solitos, comparados ya en el tiempo, muestran lo contrario.
Estando en campaña,
en la emisora La w, a María Isabel se le chispoteó una frase cuando no sabía
que estaba al aire y le decía a alguien con quien hablaba por teléfono:
“¡Tenemos que subir a Gina, ya!” Alberto
y Julito trataron de hacer lo que mejor saben: frivolizar la cosa, y soltaron
un par de chistes para restarle importancia. El audio estuvo circulando poco
tiempo en Youtube y después se perdió. Lo lograron borrar de internet y hoy día
no aparece. Muchos lo alcanzamos a oír y, contrario a Julito, no nos hizo
gracia.
Después
Petro ganó esas elecciones. Un estrecho margen lo hizo alcalde de Bogotá. Aún
no se posesionaba cuando vino una columna de la señora Rueda. En ella avivaba a
unas acusaciones que entonces se le hacían al alcalde entrante, por haber
incurrido dizque en el delito de pánico económico debido unas declaraciones que
dio sobre lo que pensaba hacer con la Empresa de energía de Bogotá, y fruto de
las cuales las acciones de dicha empresa se devaluaron. Allí, María Isabel
anunciaba la catástrofe que vendría una vez se posesionara semejante personaje
y decía que “Los que más perdimos con lo
de Petro fuimos los bogotanos, incluyendo a los más pobres, porque hoy nuestra
empresa ya no vale los 900 mil millones que el mercado pagó por ella.”
La famosa
denuncia penal no pelechó. Siguió pasando el tiempo, hubo más comentarios de la
señora Rueda sobre el nuevo alcalde. Para resaltar uno, apenas dos semanas
después de posesionado Petro. No había tiempo aún de cuestionar su gestión;
pero al que madruga dios le ayuda, había que adelantarse entonces criticando su
programa. La paja de Petro, se tituló su columna. Allí decía que había ganado a
punta de prometer imposibles, que el 95% por cierto se sus propuestas era
inviable, –la mitomanía de la cifra que cuantifica todo, como Santos cuando
dijo que ya habían cumplido el 40% de las propuestas de campaña- que no le
interesaba que le fuera mal pero que era indigno usar la alcaldía de Bogotá
como una plataforma para la presidencia, distinto –¡distinto, decía!- a lo
hecho por los dos buenos alcaldes Mokcus y Peñalosa que nunca habían querido
cosa de esas. Un chiste. Ella misma apoyó a Peñalosa en sus pifias electorales.
La cosa siguió. Apenas
llevaba unos pocos meses Petro en el cargo. Seguían los vainazos –válidos,
repito- de la señora Rueda contra su gestión hasta una nueva colosal queja. Su
título, igual de escueto que los demás: Esa catástrofe llamada Petro. Allí se
iba lanza en ristre contra todo lo hecho hasta entonces por su administración
en menos del año que llevaba. Decía también que: “Así él sostenga tácticamente lo contrario, los bogotanos nos hemos
mostrado en extremo tolerantes con el alcalde Petro.” Y que además: “También han sido notoriamente mansos ante
la catástrofe Petro los medios de comunicación.”
¡Mansos con Petro! Pocos alcaldes han estado en la mira de la
gran prensa al nivel de este. Y ella, que en campaña pedía subir a otra
candidata, que antes de posesionado lo acusaba de echar paja, y que después
dijo que debía estar en la cárcel por pánico económico, ella misma, ahora, era
una tolerante a la que se le rebosaba la copa y por eso ya no quería seguir
siendo condescendiente.
Pero en fin. Siguió pasando
el tiempo. Ahora la señora Rueda la cogió con Hollman Morris, gerente de Canal
Capital. En 2014 se despachó con otra columna en la que lo acusaba, palabras
más, palabras menos, de violar la ley desde su trabajo periodístico, de
manipular las cifras financieras y usar el canal como una plataforma política
propia. Tácitamente, de nuevo pedía cárcel para el acusado, colega periodista.
La señora Rueda, que también
fue congresista, y por eso, política, ahora reclamaba un purismo en la labor
periodística. Y además lo reclamaba con la espada de la justicia en la mano. Porque
son notorias sus tentaciones de toga, y con aliento de juez ha querido decir
quién viola o no la ley y merece castigo. Ella misma ha hecho varias veces,
como en el caso de la condena al general Rito Alejo del Río, el ejercicio de
leer sentencias judiciales, desglosarlas y cuestionar las decisiones, pidiendo
correcciones.
La señora Rueda entonces
gusta de pisar el terreno de la jurisdicción; para señalar o para absolver a
quien considere. Ahora lo hacía con Morris. Pero el hecho de ella meterse con
la justicia al parecer no quiere decir que la justicia se pueda meter con ella,
ni más faltaba. El rasero entonces cambió de nuevo cuando se vio envuelta en un
caso judicial similar.
Hace apenas unas pocas
semanas la Fiscalía llamó a la señora María Isabel Rueda a declarar, para que
aportara datos que siempre ha insinuado tener dentro de la investigación por la
muerte de Álvaro Gómez. Ella ha generado todo un stand up comedy, señalando del
crimen del señor Gómez, unas veces a Samper y Serpa, otras veces a los
militares, y a narcotraficantes otras
más. Y por cierto, no es la primera, desde hace mucho tiempo, cada ciertos
años, la señora Rueda encabeza una caravana, desfilando por la Fiscalía con las
cámaras de sus colegas atrás, reportando. Nunca pasa a mayores la cosa, nunca
se aporta nada, pero ella siempre aprovecha el despliegue poco espontáneo que
los medios le hacen. Sin embargo esta vez fue la de Troya.
La señora Rueda movió todos
sus abundantes parlantes en los medios de comunicación, armó un escándalo
colosal, dijo que como periodista se sentía intimidada por la Fiscalía, con eso
de llamarla declarar, que los jueces no debían coartar el ejercicio
periodístico y salió en cuanto medio pudo acusando de persecución al fiscal
general. Dice que la llaman a declarar sólo por haberlo criticado. No la llaman
a juicio, ni a una investigación en su contra, la llaman como a testificar,
deber que todo ciudadano tiene de colaborar con la justicia. Pero eso para ella
es un atropello a su espíritu crítico tan conveniente y unidireccionalmente
pluralista.
Ella, que se atrevió a hacer
acusaciones penales contra otros periodistas, que cuestiona fallos judiciales
cuando le viene en gana y que anuncia certezas o correcciones sobre
investigaciones, ahora era una periodista que pedía a los jueces no inmiscuirse
en sus labores.
Lo más oscuro vino después. Ante
la escaramuza armada, el columnista de Semana, Jorge Gómez Pinilla, escribió
una columna de título María Isabel Rueda y su fábrica de mala leche. Allí
mostraba contradicciones de la señora Rueda en lo que ha dicho sobre la muerte
de Álvaro Gómez y varios de sus procederes periodísticos. –Repito que es muy
fácil evidenciar sus contradicciones con un repaso somero de su liturgia
semanal de hace tantos años.- La columna la publicaron sin reparos pero pocos
días después vino una orden directa de la presidencia de Semana para
despedirlo. El señor Gómez llevaba varios años con ese espacio. Tiene cierto
prestigio en su labor, y un recorrido ya largo, desde los años de la revista
Alternativa, donde trabajó con el viejo conocido de la señora Rueda, Antonio
Caballero. De ahí la familiar grima que ella ha de sentir.
Gómez se metió con quien no
debía y hasta le ahí le llegó la dicha. Él dice que lo despidió María Isabel,
que para botarlo hubo alguna clase de presión a Felipe López, amo y señor de la
revista Semana, y que el único pecado fue meterse con una “vaca sagrada” que no
tolera el disenso. Coincidiendo, Gustavo Álvarez
Gardeazabal en La Luciérnaga, afirmó que Jorge Gómez con esa columna “…ha adoptado
una actitud única en el periodismo al oponerse a María Isabel Rueda…”
Sería triste
aceptar como una hazaña única algo que debería ser el pan diario en la prensa. La
natural discusión por escrito de opiniones. Pero como se muestra, parece que
resultó suicidamente heroico el que alguien se atreviera a confrontar a una
cuestionadora que no acepta cuestionamientos.
Si esto
resulta cierto, la señora Rueda entonces encarna la concepción más conveniente
que existe del pluralismo. El tomarlo como la licencia para atacar a quien me
venga en gana, censurando a quien le dé la gana de atacarme. Atendiendo sólo la
primera parte de ese binomio fundamental que nos dice que, si vas a decir lo
que quieres, vas a oír lo que no quieres.
En esa lógica
la señora Rueda intimida, como dice que hace la Fiscalía con ella. Trabaja para
políticos en campaña y los publicita desde sus espacios periodísticos, igual a
lo que ella denuncia, hacen sus colegas del lado contrario a su preferencia
ideológica. Se pone la toga de juez, califica conductas violatorias de la ley,
pide investigaciones a periodistas, pero luego se indigna cuando le llega la
hora a ella y, entre cámaras, acusa a los fiscales de censores. Una columnista
que enarbola las banderas del periodismo crítico, cuando este apunta a sus
antagonistas políticos, pero invalida y manda callar esas críticas cuando se
vuelven contra sí. Posición sinuosa, que usa las naturales nociones de
pluralismo para sacar ventaja.
Yo, que no
soy nadie, ni trabajo con gigantes de la gran prensa de los que pueda ser despedido,
con el mayor respeto a su trayectoria y posición, le pregunto a la señora María
Isabel: ¿Usted, después de todo, aún sigue teniendo mejor concepto de sí misma?
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