El libro Anatomía de un instante, de Javier Cercas, es un lúcido paseo por los límites de los géneros, entre ensayo y relato, como lo acostumbra hacer este autor, catapultado desde que su novela –se le dice así porque en esa palabra cabe de todo- Soldados de Salamina, se convirtió en la más leída hace algunos años en España.
Anatomía de un instante habla del intento de golpe de estado dado por los militares franquistas, cuando el 23 de febrero de 1981 entraron al Congreso español a empellones y balazos. Toca el tema de la transición española y los verdaderos papeles jugados por el rey Juan Carlos y por su presidente de gobierno Adolfo Suarez, en la apertura a la democracia después de la muerte del dictador. Papeles ni heroicos, ni insignificantes a su vez.
Este es quizás el único golpe de estado del que existen imágenes grabadas en video. Las más accesibles a nosotros, se pueden consultar aquí: http://www.youtube.com/watch?v=hVHu3m-4keo&feature=related
Toda la reflexión gira en torno a un instante simbólico, el instante en que los militares franquistas entran baleando el hemiciclo del Congreso. En medio del caos y los disparos espantosos, todos los diputados se lanzan al suelo aterrorizados. Todos menos tres de los presentes, quienes permanecen en su puesto haciendo frente. Adolfo Suarez, el presidente de gobierno; el general Guitierrez Mellado, su vicepresidente, y Santiago Carrillo, el jefe del partido comunista. Casualmente, o tal vez no, los hombres más importantes junto con el Rey, en la difícil tarea de la transición de España a la democracia. De igual forma, los tres hombres que permanecen estatuarios, sin ceder a la intimidación de los disparos, eran para la época quizás los más odiados políticos. Suárez porque siendo un franquista cagatinta toda su vida, llegó a ser presidente e instauró las reformas para una democracia, con una monarquía parlamentaria. Gutierrez Mellado, porque siendo militar, les quitó el régimen de privilegios desde su cargo y legalizó el partido comunista. Y Santiago Carrillo, porque siendo comunista, y víctima de la guerra civil y las atrocidades del franquismo, pactó con un franquista como Suárez y moderó las máximas de su partido para permitirse una inclusión en el juego democrático y una representación en el parlamento. Los tres cargaban, además del odio natural de sus contradictores, el odio repentino y trastornador de sus copartidarios.
Javier Cercas define a estos hombres, con una figura que toma de Enzensberger, lo que él llama “un héroe de la retirada”. La figura a primera vista es algo difícil de dilucidar, por lo insólita, y también por la estrechez mental de una ética todavía reducida que a trancas y barrancas recibimos como acabada. Según Enzensberger, existe la figura clásica del héroe que es el héroe de la consumación, aquél que alcanza su plenitud con la realización plena de sus ideas, la materialización de sus convicciones llevadas hasta el final, y por las que llega a dar la vida. Ya decía Kamus que una buena razón para vivir es al mismo tiempo un gran razón para morir. Pero a esta figura del héroe de la consumación, se le contrapone modernamente la aparición de otra clase de héroe. El héroe de la retirada. Aquél que alcanza su plenitud no con la realización de sus convicciones, sino con el acto sensato de recular a ellas para optar por otra vía más benigna a los intereses comunes. El héroe de la retirada alcanza su grandeza porque “se socava a si mismo” cuando advierte sensatamente que la realización de sus objetivos conlleva más problemas que su abandono, y en cambio, desmonta todo aquello que era suyo, aquello para lo que trabajó todo su vida y a lo cual debe lo que es, para buscar una nueva alternativa porque entiende que “los ideales más nobles de los hombres son a menudo incompatibles”. No está dispuesto a dar la vida por una causa irrenunciable, y sí en cambio, a vivir para renunciar y buscar otra vía. Contrario al empecinamiento de la conquista, optan por la sensatez de la concertación. Los tres, junto con el Rey, fueron héroes de la retirada. Eso les costó su reputación ante sus congéneres porque en medio del odio de esa España, y los rencores justificados de la guerra, para muchos “la palabra reconciliación era un eufemismo de la palabra traición, porque no había reconciliación sin traición o por lo menos sin que algunos traicionasen.”
Lo insólito y espléndido de esta figura del héroe de la retirada, es que fue necesario el papel de estos adorables traidores para que la dictadura acabara. Dice Cercas:
“Por eso muchas veces se oyeron llamar traidores. En cierto modo lo fueron: traicionaron su lealtad a un error para construir su lealtad a un acierto; traicionaron a los suyos para no traicionarse a sí mismos; traicionaron el pasado para no traicionar el presente. A veces sólo se puede ser leal al presente traicionando el pasado. A veces la traición es más difícil que la lealtad. A veces la lealtad es una forma de coraje, pero otras veces es una forma de cobardía. A veces la lealtad es una forma de traición y la traición una forma de lealtad. Quizá no sabemos con exactitud lo que es la lealtad ni lo que es la traición. Tenemos una ética de la lealtad, pero no tenemos una ética de la traición. Necesitamos una ética de la traición. El héroe de la retirada es un héroe de la traición.”
Quizás la vehemencia y contundencia de estas líneas no deja acabar de comprender con exactitud eso del héroe de la retirada. En mi caso, fue necesario otra imagen para comprenderla –quizás no terminar de conocerla, pero sí comprenderla-. Esa imagen, por risible que pueda parecer, me la dio un torero, héroe de la retirada. Cristian Hernández, un joven matador mexicano que hace unos meses se hizo famoso porque en medio de una corrida salió huyendo de la arena, aterrorizado al verse de frente con el toro irascible, y ante la estupefacción y las burlas de todo el público. Después hizo algo aún más simbólico. Volvió a salir a la arena y en frente de todos los asistentes se cortó la coleta y dejó de ser torero para siempre. Prefirió la vida a la contumacia. Sus imágenes se pueden ver aquí: http://www.youtube.com/watch?v=I2GPI_-wuis
Traición no implica cobardía. Según dice Cercas. A veces es más valiente traicionar y Cristian Hérnandez, con ese coraje, se la jugó por recular y se volvió un torero de la retirada. Muchos abrían preferido que muriera embestido por el toro para glorificarlo. El no lo quiso así. Confesó que ya no quería torear más. Hacía unos años otro toro le había destrozado la pierna, y poco antes de esa corrida había tenido una cornada que lo dejó postrado algún tiempo. Para entender que ya el toreo no era lo suyo y comprender que de persistir en el error llegaría a la catástrofe, no hace falta inteligencia; hace falta valentía y él la tuvo. Y la tuvo Suarez y la tuvo el Rey y la tuvo Carrillo y la tuvo Gutierrez Mellado.
¿Y qué se necesita para recibir esa valentía y saberla emplear? No hace falta ser un héroe de la conquista, ese héroe clásico, super héroe que raya en la caricatura, el único que nos pintaron desde niños, el que alcanza la plenitud obteniendo lo que quiere, el que tiene una vida intachable, de convicciones inalterables, de consecuencia férrea y ética tan impoluta como fantasiosa. El ser consecuente, a veces, es la justificación del testarudo. La convicción a veces, es la excusa del obtuso.
Para obtener esa valentía del héroe de la retirada, hace falta sólo un momento. Y saber leerlo. El momento en el que un hombre tiene que mirarse a sí mismo y saber soportar sobre sí esa, su propia mirada. Cercas acude a Borges, cuando en el relato, Biografía de Tadeo Isodoro Cruz, suelta esta tremenda epifanía: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.”
Cristian Hernández, supo que no quería morir corneado por un animal de 400 kilos. Ese fiero cuestionamiento interior le costo dejar de ser torero. Suarez, el Rey, Gutiérrez Mellado, Carrillo, se dieron cuenta que para hablar de reconciliación tenían que deshacerse de su propia idea de justicia. Supieron en el instante en que los militares acribillaban el Congreso, que ya no eran franquistas, ni milicos, ni comunistas. Ahora eran traidores para todos lo bandos. Pero con sus actuares insinuaban una ética de la traición.
En una política y una sociedad tan gangrenada por los encarnizamientos como la nuestra, muchos pediríamos más traidores valientes en lugar de tanto leal cobarde que pulula por ahí. Ojalá no sean sólo toreros los que se animen.
2 .:
No se porque me inquieta tanto (o tal vez sí, pero no soy capaz de confesarlo de otro modo) pero siento que la palabra "cagatinta" tiene un innecesario y desagradable tono personalísimo en este artículo que le quita un poco de fuerza, aún como artículo de opinión.
En general me cae bien el artículo, tanto por la conceptualización abastracta, como por servirme de justificación para la suspensión de aquél viaje.
Curioso: termina un de leer y de inmediato se encuentra la imagen del artículo del Polo y entonces parece una invitación directa. ¿es a propósito?
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