Se dice que Mozart empezó a escribir el
Réquiem por encargo de un extraño mensajero que se le presentaba con túnica
negra y sin descubrir su rostro. Este enigmático personaje siempre se mostraba
como el heraldo de un gran señor que prefería mantenerse en el anonimato, el
cual ofreció pagarle muy bien por su obra. Mozart acababa de fracasar
colosalmente con su última ópera. Diezmado en el ánimo, las finanzas y la salud,
se acercaba a su muerte. El Réquiem lo terminó afuera de este mundo y
prácticamente desde el otro. En sus delirios, mientras lo componía, imaginó que
ese extraño emisario con el que se entrevistaba para rendirle cuentas de sus
avances, era en verdad un enviado del infierno, un mensajero de Satanás quien
del otro lado lo esperaba a él y a su última obra. Murió convencido que con
ella pagaba un encargo hecho por el mismo Demonio. A su entierro fueron tres
personas, quizás el Diablo y dos de sus escoltas.
Más atrás, ya se conocía la historia de
Giuseppe Tartini, un violinista del barroco italiano, compositor de la Sonata
del Diablo. Cuenta el mismo Tartini que una noche, mientras mal dormía, se encontró
con el Diablo a los pies de su cama. Logró cerrar un reto con él y terminó por
prestarle su violín para que le interpretara alguna pieza. Allí mismo Belcebú
le tocó la mejor sonata que el italiano había oído jamás; una pieza sublime
impropia para este mundo. Cuando el Diablo se hubo ido, Tartini agarró su
instrumento y papel y pluma, y quiso reproducir lo escuchado. Así surgió su
famoso Trino del Diablo; aunque a decir suyo no logró recrear sino una mínima
parte de lo que le oyó tocar al alado caído.
Las historias del Diablo y la música abundan desde hace mucho tiempo. Desde Orfeo tocando su flauta en el Hades sin saber si lo sigue en el camino a la salida su amada Eurídice. Al parecer el ángel rebelde tampoco escapa a la fascinación de querer ser músico, y de vez en cuando se divierte haciendo encargos que acaso él mismo interpretará después, o desafiando a los grandes que se empiezan a precipitar hacia su reino. En la historia del Blues, ese ritmo constipado y filoso, es célebre el lugar de Mississippi donde se dice que el gran Roberth Jhonson disputó un duelo de guitarras con el mismísimo Don Lucifer. Al parecer el cabeza de chivo pezuñón fue más ágil en los acordes que las manos negras de Jhonson. El Diablo lo derrotó y se quedó con su alma; aunque en el tiempo que se tomó para quitársela le hizo el mejor guitarrista del mundo, para que disfrutara al menos un tiempo antes de tener que entregar lo ajeno. El rato le alcanzó a Johnson para dejar como testamento musical la canción Croass Road, y después aplicarse antisolar para despacharse a las llamaradas del sótano.
El Diablo con los músicos agita calderas; pero también caderas. Y no debe
pensarse que sólo se deleite con la música de neurasténica quietud. Todo parece
indicar que de vez en cuando se harta de los violines barrocos o los melanomas
de la guitarra eléctrica, y se da un tour musical por el Caribe. Porque en el
mismísimo vallenato colombiano también se le recuerda. En el siglo XIX, uno de
los primeros juglares vallenatos fue un tipo conocido como Francisco El Hombre,
versero célebre de quien se cuenta, se atrevió también a lidiar un desafío
musical con el mismísimo “patas”. Ambos disputaron una justa de acordeones, en
calurosa noche en Valledupar. Pero ni el clima favorable ayudó esta vez porque
al parecer las pezuñas del maligno en esta ocasión no le respondieron tan bien
como con la guitarra blusera, y lo que se dice es que Francisco el Hombre fue
capaz de derrotarlo y forzarlo a recular y agazaparse en su inframundo,
valiéndose de un truco barato pero efectivo. El campesino pícaro le cantó el
credo al revés: “Oerc ne Soid Erdap
Osoredopodot, rodaerc led oleic y ed al arreit..” y el pobre Príncipe de
las Tinieblas se vio apabullado con golpe tan bajo. Aunque también este final
ha de ser un embuste colombiano, o bien puede mostrar condescendencia que tuvo
el Diablo en esa ocasión, con un país que le recordó tanto a su casa.
El hecho es que Lucifer se sabe mover en el variado mundo de la música
con versatilidad y desmesura. Y al parecer mucho más que la del buen Dios,
que supo reprimir su rebelión, pero limitó su régimen a música de cantos
gregorianos, sonatillas e himnos eurocéntricos y coros de señoras viste santos.
El diablo en cambio compone, interpreta, canta y baila: artista integral le
llamaríamos modernamente. Toca variados instrumentos y explora nuevos ritmos. Como
buen gobernador del Infierno, le gustan las fusiones candentes y las impurezas,
y contra eso no hay cornetita de querubín que valga.
Y en fin, si alguien decide buscarlo alguna vez para celebrar alguna
clase de transacción con su alma, no se le olvide por favor incluir en el
contrato una obligación a cargo del Cornudo, que garantice de su parte la
interpretación de un par de buenas melodías, y asegúrese después de poderlas
subir a You Tube, que la difusión de los rebeldes siempre será marginal. Los que
aplastan las rebeliones tienen mejores publicistas, pero peores músicos.
2 .:
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