Una crítica complicada, a una especie de feminismo frívolo,
que por fortuna no es el único, pero sí el que más ruido parece estar causando.
En el medio, y para defender, la siempre incómoda literatura.
Caso 1: La brutal agresión de un padre a su amada (y armada)
hija
El interior de un
apartamento. Verónica Pinto está sentada sobre las escaleras. Acodada y en
medio de gritos, llora y se queja de que nadie la quiere. Su padre, el conocido
entrenador de fútbol Jorge Luis Pinto, está de pie, junto a ella. Trata de hablarle
y razonar. Algunos policías se aprecian también en la escena. Contemplan
silenciosos.
Se dan cuenta que los
graban. Andrés Villamizar, el esposo de Verónica, los enfoca con la cámara.
Pinto lo trata de persuadir. Se gira hacia él y le pide que no haga eso, que no
hay necesidad.
- ¿Estas grabando?
-pregunta Verónica-
- ¿Me va a pegar otra
vez? -se alcanza a oír la voz del esposo que contesta-.
Pinto lo mira fijamente
e insiste en que deje eso, desatiende un momento a Verónica y ésta aprovecha y
se pone de pie. Rápida, silenciosa y sin empacho toma un cuchillo y se lanza
contra su esposo. La cámara tambalea. Hay un forcejeo. Los policías
intervienen. Todos sujetan a Verónica. Después Pinto, con autoridad de padre
-digan lo que digan- le pega varios coscorrones, enojado y sorprendido por la
osadía de su hija. Le pide que lo respete y la reprime por atreverse a semejante
cosa: intentar acuchillar a su marido frente a todos y sin miramientos.
Una persona que en
medio de cualquier discusión con detonante nimio se anime a tomar un cuchillo
para agredir a su interlocutor es una mala persona. Sea hombre, mujer o
marciano. Pero eso pasó a segundo plano. La reprimenda aquí y el motivo de la
ira generalizada fue para Pinto. Las imágenes se difundieron en exceso en
internet y le llovieron los insultos. Malparido maltratador de las mujeres, vociferaron
unos (y unas); cárcel, pidieron otros (¿y otras?) y algunos tantos (¿¡y tantas!?)
pregonaban que era el colmo que un monstruo hiciera una canallada de esas junto
a la policía y no pasara nada. Este país de mierda en el que nunca pasa nada.
¿Por qué el impulso
frenético de una mujer que quiere apuñalar a su marido pasa de largo ante la
opinión pública, y en cambio la reprensión de un padre que coscorronea a su
hija para que pare de una vez es motivo de casi un juicio penal?
Caso 2. La escritora de quien todos esperan que publique (en
Facebook)
Carolina Sanín es una
famosa escritora. Quizás la única escritora famosa no por los libros que
escribe sino por los sulfurados mensajes que pone en redes sociales, donde se
dedica con reiteración a tratar mal a seguidores desconocidos en internet. Disfruta
de replantear las formas literarias al actualizar sus estados, con expresiones que
señalan a Fulano de ser “parido por el ano”, o de “hijo de la gran puta madre
que por su maledicencia lo parió”, o de ser “malos polvos” o “flojos como el esfínter
de su mamá”. En otras ocasiones, los manda a que “se los coma un travesti bien
vergón” o fantasea con la idea de castrarlos en exhibición pública y demás
expresiones que por espacio y asepsia me ahorro.
Como era de esperarse
en la cloaca de las redes, ese lenguaje nauseabundo causa sensación y pronto
sus seguidores se incrementan. También los detractores que aparecen para reptar
al mismo nivel de la señora Sanín, quien termina metida en peleas y escándalos
casi arrabaleros con unos cuantos cretinos lenguaraces.
Ella aprovecha su
cuarto de hora y sigue disfrutando su técnica de maltratar. Ahora no sólo en
redes sino en cuanto evento literario pueda. Cuando se vuelve noticia, en
alguna emisora radial, un par de comentaristas están hablando del tema. Uno de
ellos le pregunta al otro por el problema que hubo, con “esta niña, Carolina
Sanín.” Ella se entera y contesta de inmediato de forma extensa y reprime a
quienes se atreven a llamarla “niña”. Habla de los cuarenta y tantos años que
tiene y de sus títulos académicos y de su currículo y de todo por lo cual no la
deben llamar así pues lo toma como una ofensa a su honor de mujer.
Otra columnista le
recrimina después por las ofensas que lanza en las redes sociales y los
insultos estrambóticos que se empeña en seguir usando contra cuanto don nadie
pasa y se atreve a cabrearla por deleite. Ella contesta: “Tiene razón la columnista en que soy
agresiva. Es una actitud que me resulta sana en una cultura colonial en la que
la expresión verbal de la rabia es locura, en la que la franqueza es
inadmisible y en la que, en cambio, arreglamos los conflictos a bala, como
caballeros.”
¿Por qué para esta
literata el que alguien le llame “niña” es una ofensa de mala saña que merece desagravio,
y en cambio el que ella putee hombres a diestra y siniestra es una actitud sana
y necesaria en esta sociedad tan premoderna que ella así dizque dice combatir?
Caso 3. Fahrenheit a más de 451 o: si la tocas, no te leo
Catalina Ruiz-Navarro,
desde su columna semanal se queja de que el Ministerio de Cultura haya llevado
sólo escritores hombres a un evento literario a realizarse en Francia. Reclama
que se tome una decisión tan ofensiva, como si aquí no hubiera mujeres que
escriben tan bien, como, por ejemplo, dice, sí señor, Carolina Sanín (algo más
deberá escribir aparte de sus estados).
De paso, aprovecha ella
para concluir que es apenas lógico una conducta sexista como esa, en un país
que le rinde culto a García Márquez, cuya literatura está plagada de machismo,
donde todos sus personajes femeninos son “musas, mozas o madres” y que cometió la desfachatez de escribir Memorias
de mis putas tristes, como irrespeto a su esposa y apología de la violación,
basándose en otro adefesio literario que para ella es la obra Kawabata.
Ocho días después contraataca en su siguiente columna, y añade que sí,
que intentó leer muy pequeña a Cien años de soledad, pero: “Tuve que detenerme
cuando José Arcadio vuelve a casa y viola a Rebeca en la hamaca. Me dio tanto
miedo leer eso.”
Escritores y escritoras
ya se han ocupado suficiente de reprender semejantes afirmaciones de
Ruiz-Navarro. Baste añadir que para mí la obra de García Márquez es, toda, un
homenaje a la mujer. Que veo ahí personajes femeninos más allá de esas tres
etiquetas que ella señala con alevosía, matronas temerarias, como aquella
“dueña de todas las aguas llovidas y por llover”, feminidades complejas y
enigmáticos que están en sus cuentos, como la mujer que siempre llegaba a las
seis, la trastornada señora Forbes y esa mujer fatal a la que le dedica uno de
sus mejores reportajes: la muerte de Wilma Montesi. Un feminicidio, dirían hoy
día, que él reconstruye con arrojo detectivesco.
Enuncio solo de memoria;
seguro que una búsqueda juiciosa encontraría mejores ejemplos.
Asombra además la
degradación de la obra de Kawabata. La casa de las bellas durmientes es para mí
un recuerdo venerado, y estremece que para alguien, un tema tan universal como
la despedida sexual de la juventud se termine vulgarizando al punto de volverlo
una cosa de depravados pedófilos.
Con ese exceso de
verdad que le pone a la lectura de García Márquez, (recuerda a la Cabal que
llamó a una sus novelas un “mito histórico”; lo que debería ser un halago para
cualquier escritor de ficción) habría que preguntarle a Ruiz-Navarro qué opina
de Crónica de una muerte anunciada.
No estoy seguro de
dónde ubicar a Angela Vicario dentro las estrechas tres etiquetas de mujer a
que ella reduce todo. O debo entender, con ese desfachatado afán prosaico que
ella parece infundir, que esta obra trata de una pérfida inconsciente y
vanidosa, que, al no poder engañar a su nuevo marido rico sobre su
desfloramiento temprano, se aprovecha de su condición de mujer para
victimizarse entre falsedades y terminar acusando injustamente a un hombre inocente,
quien, por eso, después pierde la vida de forma cruel e impune. ¿Hay entonces
también rasgos hembristas y violencia de género -del género femenino- en la
obra de García Márquez? ¿Debería yo haber cerrado el libro ante la primera
puñalada al pobre Santiago Nassar?
Reducir esa obra así y
describir esa trama con esta jerga de panfleto me abochorna. Esa novela es mucho
más que este recuento burdo. Pero a eso parece querer llevarnos el juego
prosaico que propone Ruiz-Navarro.
Con todo esto, de nuevo
me surge una pregunta, ¿qué hace que un reclamo quizás justo, en nombre de las
escritoras nacionales, termine volviéndose una injusta refriega contra el legendario
escritor colombiano?
Caso 4. Cuento vivencial: Aquí falta un toque femenino
(para que te empuje)
Participo en un
proyecto editorial donde se publican unas crónicas sobre mujeres envueltas en
la guerra colombiana. Un trabajo de no ficción que hace que sigamos a cuatro
personajes femeninos que padecieron el conflicto desde diferentes lados. Todas,
personajes fascinantes que muestran el arrojo, la resistencia silenciosa y la
esperanza que aporta la cara femenina a la superación de la guerra.
Cuando se publican las
historias, casi de inmediato: crítica y descrédito de algunas personas, minoritarias
por fortuna, pero no menos desconcertantes. Mensajes y objeciones en los
eventos de lanzamiento. La razón: que entre los cuatro reporteros no había
ninguna mujer. Que qué injusticia cuatro hombres hablando de mujeres. No
importaba de lo que se hablara, solo importaba quién lo hablara. O mejor, hay
cosas de las que se habla para las que importa quién las hable, según algunos.
Un trabajo de no
ficción donde el centro son los personajes, donde la mujer es el tema exclusivo;
pero alcanza la quisquillosidad para evadir ese centro y desviarse al reparo periférico
de quiénes fueron los medios que invocaron a esas presencias.
Como si se tratara de
un requisito notarial, formalidad ciega, una cuota femenina pedida con esa
lógica paritaria impuesta con simetría burocrática, sin importar que ellas sean
el fondo del asunto. Cuando el dedo señala la luna, el necio mira el dedo, dice
el proverbio chino.
Si ponemos esa lógica
paritaria a diestra y siniestra: entonces todo trabajo que hable de minorías a vindicar
queda cargado con ese requisito ritual. Si se van a hacer crónicas de pobres,
que entre los reporteros haya un pobre, si se va a hablar de negros,
necesitamos que lo escriba un negro, y de homosexuales, ni hablar, lo contrario
sería injusto.
La cosa nunca pararía.
Y de paso habría que archivar obras cumbres del tema femenino, por no haber
cumplido con la cuota de mujeres en su producción. Pienso en los mejores
trabajos de no ficción que he leído sobre la liberación sexual del siglo XX;
los reportajes reverenciales de mi ídolo inmerecido, el gran Gay Talese, a
quien debería dejar de leer de rodillas para en cambio incorporarme y patear su
altar según los filisteos de la cuota femenina. Nada valdría porque Gay no es
mujer, y ni siquiera el nombre aproximaría a salvarlo.
De paso, para la
hoguera también media historia de la literatura. El amante de Lady Chatterley,
muy bonito, muy profundo, muy mujer, pero bótelo: Laurence no era tipa, si
acaso marica. No sirve. Madame Bovary, el tedio de la mujer de provincia
padeciendo por el compromiso social, muy bien retratado y todo, cuánta
introspección bien dibujada, pero faltó la mujer al lado de Flaubert humedeciéndole
la tinta. No sirve.
Para no ir muy lejos,
ni más allá de este año que termina. La película cumbre de la opresión bárbara
a la mujer entre la marginalidad colombiana, el retrato descarnado del daño al
ser femenino en este país: La mujer del animal, es una producción injusta porque
su director no es mujer, no debe ponerse a hablar de esos temas.
De nuevo la pregunta, ¿que
hace que la gente se desvíe del asunto importante, que versa sobre poner a la
mujer arriba del escaparate, a la vista de todos, para en cambio reparar en trivialidades
sobre si había cuota femenina en quienes tallaron la madera? ¿Dan por sentado
que eso cambiaría en algo el resultado del trabajo? ¿La calidad sería mejor o
peor?
Contestaciones aventuradas. (Favor calibrar bien la alarma
de misoginia)
Si pudiera pensar en
una respuesta común para las preguntas de todas estas historias antes contadas,
diría que debo empezar por algo que creo que comparten. En todos estos casos se
muestra una agresividad frívola. En la impactante hija Pinto, en la azufrada Sanín,
en la paranoica Ruiz-Navarro y en los melindrosos críticos de mi libro.
Y me atrevo a pensar
que esa agresividad frívola está mellando los dientes de verdad valiosos de la
lucha feminista. Dientes necesarios para todavía clavarse en las presas importantes.
Es sabido que, en estos
tiempos modernos, toda lucha social válida y justa se termina frivolizando al
dejarse secuestrar por la civilización del espectáculo. Por eso la contracultura se tragó al
socialismo, el marxismo engendró al sólo jipismo y el ambientalismo a pirados new age.
No hay un solo
feminismo, ni más faltaba. Pero algo de la causa feminista parece ir ya en esa
dirección: porque de todas las cinco historias saco también una enseñanza
común. Con la acuchilladora a quien nadie quiere, la escritora de actitud sana
e insultos escatológicos y la columnista de la brigada anti violaciones en la
literatura, pareciera hacerse camino una bandera absurda: querer vindicar una
especie de derecho extra, reservado solo para mujeres: el derecho al
desequilibrio, el derecho a enloquecer libremente, y poder acuchillar a su
marido en medio de una pelea doméstica y que ningún papá venga a detenerla, o a
andar insultando tipos en las redes con jerga hedionda como actitud vanguardista
contra la sociedad salvaje, o el derecho a andar prácticamente imputando
crímenes y causales de divorcio a los escritores por las licencias literarias
que se tomen en la escenas de cama extramatrimonial lubricadas con tinta.
Pareciera que se
pretende entonces imponer por sobre todo el derecho a la agresividad trivial de
la mujer, a sus ataques detonados por nimiedades que insisten en tomar como
justas reivindicaciones. Ataques que además de improductivos y frívolos, son
ingenuos. Porque me parece ingenuo reducir la causa feminista a estas cosas,
como el ludismo de hace dos siglos que exhortaba a los obreros con el propósito
principal de destruir las máquinas fabriles que asumían como sus principales
enemigas.
Entiendo también, que a
veces el entorno mismo y la opresión socialmente aceptada son un desafío
obligatorio para mujeres sin más recursos que acciones desesperadas, y que
sería injusto atribuirles por eso defectos internos. Como anota Carlos
Monsivais en uno de sus mejores textos sobre el tema feminista: “En el acoso,
el conducir al límite la psicología defensiva no es un acto de desequilibrio,
sino de búsqueda de espacio.”
Propongo sólo discutir qué
tan grande será ese espacio; dónde poner ese límite; dónde está la raya desde
la que se pasa de la legítima defensa a la legítima ofensa, y por qué no pensar
críticamente la necesidad de desintegrar una retórica que, como se vio en los
ejemplos anteriores, exalta cierta especie de agresividad innecesaria usada por
algunas mujeres, en arbitraria vocería de todas.
De lo contrario,
sospecho que no se saldrá de la violencia frívola de siempre. Violencia de
género que puede ser de lado y lado. Violencia discursiva y
violencia-violencia. O todas en una, como Valerie Solanas disparando a Andy Wharol
y después teorizando sobre el asunto en sus diatribas escritas contras los
hombres.
Y Valerie Solanas no es
para mí más que la frivolización y el secuestro por la industria del
espectáculo de la lucha feminista que mutó de las sesudas reflexiones de Simón
de Bauvier sobre el significado de ser mujer, a la pantomima de una sicótica en
las pantallas de Hollywood.
Algo pasó en el camino
entre Beauvier y Solanas. La primera indagaba en los resquicios mismos de la
conciencia femenina para buscar su identidad, lejos de melodramas:
“Ya no se
sabe a ciencia cierta si aún existen mujeres, si existirán siempre, si hay que
desearlo o no, qué lugar ocupan en el mundo, qué lugar deberían ocupar. “¿Dónde
están las mujeres?”... Pero, en primer
lugar, ¿qué es una mujer?... Así, pues, todo ser humano hembra no es
necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa y
amenazada que es la feminidad.
Y concluía con el
hermoso y conocido pasaje:
“No se
nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico
define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la
civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el
macho y el castrado al que se califica como femenino.”
(To) ser o no (to) ser...
El poeta Marcos
Monteliano Gutiérrez, dice que la peor de las tristezas es aquella que “es como
la tos, pero hacia dentro”. Entiendo que la historia de la feminidad está
marcada por una tristeza parecida a esa, que a veces no deja llorar, o que en
ocasiones sólo deja: “sonrisas que no son de felicidad, sino de un modo de
llorar con bondad.” Para seguir con versos, esta vez de la mismísima Gabriela
Mistral.
Entiendo
a su vez que este drama sólo es fruto de la opresión milenaria que se empeñó en
negar para ellas cualquier chance de identidad alterna.
Entiendo también que
toda identidad se empieza a construir con la negación. O, en palabras de
Sartre: “Para darnos cuenta de los que somos, tenemos primero que darnos cuenta
de lo que han hecho con nosotros.”
A cualquier mujer le
toca vivir ese primer paso de encender la luz y verse entre el molde impuestos
por otros. La literatura misma latinoamericana no podía dejar de evidenciarlo. La
escrita por mujeres, sobre mujeres, como les gusta a los quisquillosos y de la
que me declaro adepto -por lo menos de la buena-.
Dicho sea de paso, un
buen ejemplo de que en el arte la lógica de la cuota no garantiza por sí misma
nada, son los ya muy frecuentes en todo el país certámenes literarios solo para
mujeres. En Cereté, en Roldanillo, en Medellín, se celebran eventos donde a
menudo se encuentran las poetas y se desencuentra la poesía. Pero, así mismo, desde
los tiempos del machismo más déspota, siguen brillando los versos que denotan desde
los primeros años del siglo XX ese afán femenino de abrir los ojos para que
duela ver; voces que cautivan y acongojan hasta casi el grado de la culpa
atávica, por ser hombre.
Recuerdo el poema de
Idea Vilariño: Tal vez no era pensar.
Tal vez no era pensar, la
fórmula, el secreto,
sino darse y tomar
perdida, ingenuamente,
tal vez pude elegir, o
necesariamente,
tenía que pedir sentido a
toda cosa.
Tal vez no fue vivir este
estar silenciosa
y despiadadamente al borde
de la angustia
y este terco sentir debajo
de su música
un silencio de muerte, de
abismo a cada cosa.
Tal vez debí quedarme en
los amores quietos
que podrían llenar mi vida
con un nombre
en vez de buscar al
evadido del hombre,
despojado, sin alma, ser
puro, esqueleto.
Tal vez no era pensar, la
fórmula, el secreto.
sino amarse y amar,
perdida, ingenuamente.
Tal vez pude subir como
una flor ardiente
o tener un profundo
destino de semilla
en vez de esta terrible
lucidez amarilla
y de este estar de estatua
con los ojos vacíos.
Tal vez pude doblar este
destino mío
en música inefable. O necesariamente...
Pronto también, y para
ponerse a tono con la movida que se estaba dando en el mundo, vino en los años
sesenta la que llaman algunos críticos la primera novela de corte feminista en
Latinoamérica: La Brecha, de la chilena Mercedes Valdivieso. Una protagonista
sin nombre que resulta casada, acorde a los cánones sociales, y decide
rebelarse. No le gusta esa vida, lanza la queja ante la otra forma de muerte
que es la ausencia de vida: “Era bueno no pensar, estar evadida de la sensación
física; coordiné un solo pensamiento: no ser.”
Es la historia de la
insurrección doméstica donde desobedecer es el primer paso para descubrirse.
Allí se ubican los gérmenes del dolor ante avizorar la impostación de lo propio:
“Pongo más leños al fuego y
pienso que soy como un recluso que hizo saltar la cerradura de su calabozo y a
quien, después de ciertas escaramuzas, le está permitido pasearse por la enorme
cárcel, conversar con los presos en sus celdas y luego sentase a esperar frente
a la puerta. Porque es allí donde está la libertad”
Se rastrea también ese
descubrir doloroso de ser sólo lo que otros quisieron, en las primeras poetas
latinoamericanas. Ahí están, por
ejemplo, Alfonsina Storni:
Pudiera ser que
todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debiera hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...
A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo ese mordiente, vencido, mutilado,
todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debiera hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...
A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo ese mordiente, vencido, mutilado,
todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
U otro de sus poemas
más populares: Tú me quieres blanca.
Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada
Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta
También se puede incluir, de tiempos
embrionarios, a la puertorriqueña Julia de Burgos:
Yo quise ser como los hombres quisieron que yo
fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes,
y mis pies planos sobre la tierra promisoria
no resistían caminar hacia atrás,
y seguían adelante, adelante,
burlando las cenizas para alcanzar el beso
de los senderos nuevos.
A cada paso adelantado en mi ruta hacia el frente
rasgaba mis espaldas el aleteo desesperado
de los troncos viejos.
Pero la rama estaba desprendida para siempre,
y a cada nuevo azote la mirada mía
se separaba más y más y más de los lejanos
horizontes aprendidos:
y mi rostro iba tomando la expresión que le venía de adentro,
la expresión definida que asomaba un sentimiento
de liberación íntima;
un sentimiento que surgía
del equilibrio sostenido entre mi vida
y la verdad del beso de los senderos nuevos.
Ya definido mi rumbo en el presente,
me sentí brote de todos los suelos de la tierra,
de los suelos sin historia,
de los suelos sin porvenir,
del suelo siempre suelo sin orillas
de todos los hombres y de todas las épocas.
Y fui toda en mí como fue en mí la vida…
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes,
y mis pies planos sobre la tierra promisoria
no resistían caminar hacia atrás,
y seguían adelante, adelante,
burlando las cenizas para alcanzar el beso
de los senderos nuevos.
A cada paso adelantado en mi ruta hacia el frente
rasgaba mis espaldas el aleteo desesperado
de los troncos viejos.
Pero la rama estaba desprendida para siempre,
y a cada nuevo azote la mirada mía
se separaba más y más y más de los lejanos
horizontes aprendidos:
y mi rostro iba tomando la expresión que le venía de adentro,
la expresión definida que asomaba un sentimiento
de liberación íntima;
un sentimiento que surgía
del equilibrio sostenido entre mi vida
y la verdad del beso de los senderos nuevos.
Ya definido mi rumbo en el presente,
me sentí brote de todos los suelos de la tierra,
de los suelos sin historia,
de los suelos sin porvenir,
del suelo siempre suelo sin orillas
de todos los hombres y de todas las épocas.
Y fui toda en mí como fue en mí la vida…
Y como un último ejemplo, mi preferida, la obra
de Rosario Castellanos:
Una mujer camina por un camino estéril
rumbo al más desolado y tremendo crepúsculo.
Una mujer se queda tirada como piedra
en medio de un desierto
o se apaga o se enfría como un remoto fuego.
Una mujer se ahoga lentamente
en un pantano de saliva amarga.
Quien la mira no puede acercarle ni una esponja
con vinagre, ni un frasco de veneno,
ni un apretado y doloroso puño.
Una mujer se llama soledad.
Se llamará locura.
rumbo al más desolado y tremendo crepúsculo.
Una mujer se queda tirada como piedra
en medio de un desierto
o se apaga o se enfría como un remoto fuego.
Una mujer se ahoga lentamente
en un pantano de saliva amarga.
Quien la mira no puede acercarle ni una esponja
con vinagre, ni un frasco de veneno,
ni un apretado y doloroso puño.
Una mujer se llama soledad.
Se llamará locura.
O en otra parte:
Antes, para exaltarme,
bastaba decir madre.
Antes dije esperanza. Ahora digo pecado.
Antes había un golfo donde el río se liberta.
Ahora sólo hay un muro que detiene las aguas.
Antes dije esperanza. Ahora digo pecado.
Antes había un golfo donde el río se liberta.
Ahora sólo hay un muro que detiene las aguas.
O en esa obra maestra, llamada
Origen:
Sobre el cadáver de una
mujer estoy creciendo,
en sus huesos se enroscan mis raíces
y de su corazón desfigurado
emerge un tallo vertical y duro.
Del féretro de un niño no nacido:
de su vientre tronchado antes de la cosecha
me levanto tenaz, definitiva,
brutal como una lápida y en ocasiones triste
con la tristeza pétrea del ángel funerario
que oculta entre sus manos una cara sin lágrimas.
en sus huesos se enroscan mis raíces
y de su corazón desfigurado
emerge un tallo vertical y duro.
Del féretro de un niño no nacido:
de su vientre tronchado antes de la cosecha
me levanto tenaz, definitiva,
brutal como una lápida y en ocasiones triste
con la tristeza pétrea del ángel funerario
que oculta entre sus manos una cara sin lágrimas.
No
pretendo tocar el tema como especialista. Me muevo a tumbos, sólo por
sospechas, con las escasas migas que distingo entre las letras femeninas. Pero
me atrevo a pensar que
la intención de tomar distancia de los moldes hechos a voluntad de los hombres
alimentó la literatura latinoamericana misma desde su edad más tierna, y que
eso también era nutrir la causa feminista.
La
pregunta que no puedo contestar es: ¿qué hizo que esta intención literaria se
vulgarizara hasta producir la vertiente del separatismo agresivo? yo estaba h ya los heraldos me anunciaban
Sospecho que algo tendrá que ver la frivolidad del espectáculo que pretende sustituir a estas insumisas reflexivas por las de la casta de Solanas. La cual -más cerca de Sanín y Ruiz-Navarro, pienso yo- escribía en su Scum Manifiesto:
Sospecho que algo tendrá que ver la frivolidad del espectáculo que pretende sustituir a estas insumisas reflexivas por las de la casta de Solanas. La cual -más cerca de Sanín y Ruiz-Navarro, pienso yo- escribía en su Scum Manifiesto:
“Hoy,
gracias a la técnica, es posible reproducir la raza humana sin ayuda de los
hombres (y, también, sin la ayuda de las mujeres). Es necesario empezar ahora,
ya. El macho es un accidente biológico: el gene Y (masculino) no es otra cosa
que un gene X (femenino) incompleto, es decir, posee una serie incompleta de
cromosomas. Para decirlo con otras palabras, el macho es una mujer inacabada,
un aborto ambulante, un aborto en fase gene. Ser macho es ser deficiente; un
deficiente con la sensibilidad limitada. La virilidad es una deficiencia
orgánica, una enfermedad; los machos son lisiados emocionales.”
¿Partir sin repartir?
La mitad del cielo, la mitad
de la tierra y la mitad del poder, decía una consigna ya clásica de esta causa.
Para mí una mitad siempre ha sido algo que al contemplarse lleva a un mismo
pensamiento: ¿qué de la otra mitad?
El feminismo frívolo se
consolida. Por alguna razón, la vía fácil de deprecar sobre los excesos de lo
masculino se prefiere por sobre el camino más difícil de vindicar lo femenino.
O, en sentir de algunas, lo primero se vuelve condición necesaria para lo
segundo. Koestler decía en algún lado que en el rebelde siempre hay dos
impulsos en pugna, que justifican su tendencia. Se es rebelde por el rechazo a
lo presente, a lo que hay, a lo que se ve; o se es rebelde por el anhelo hacia
el futuro distinto, las ansias de construir lo que será, la esperanza en formar
lo que no se ve. Destruir lo que hay o construir lo que podría haber. En cada
rebelde están estos dos impulsos, pero siempre con asimetría. En el feminismo
frívolo gana lo primero.
Todo esto lo digo
saliéndome del camino de lo políticamente correcto, que algunos asumen ya
enrielado. Y sin dejar de desconocer lo evidente: que habitamos un mundo
asquerosamente machista, que discrimina por doquier, y que, no obstante, parte
de ese mundo imperfecto sería deseable, aun así, en su pésimo estado, a un país
mucho peor como el que moramos, que no sólo es machista sino salvaje, donde
todos los días no se contenta con anular, sino que además mata mujeres, por nacer.
Donde se asume que ser hombre es contar con el derecho a serlo y ser mujer es
ya de entrada tener que justificar el contradecir ese derecho.
Pero dudo mucho que la
salida de este medio sea la exhortación de la feminidad igualmente agresiva,
que sólo termina trivializando las verdaderas luchas, vaciando la causa valiosa
e irrigando la baladí en todos los espacios.
Ya lo venimos viendo
con la justicia frívola que trata con liviandad la causa feminista. Nuestra Corte
Constitucional que, el mismo día que decidió que las madres comunitarias no podrían
tener derecho a una pensión, anunció con bombos y platillos que iba escoger la demanda
de -adivinen- Carolina Sanín para revisar y establecer su libre a derecho
postear groserías en la red.
O los jueces que se
preocupan más porque los eslóganes publicitarios digan “todos y todas” que
porque los feminicidas sigan sueltos. O los fiscales que dañan vidas, por
inflar ante la cámara inocuos señalamientos de inicuas señaladoras que no soportan
juicios, pero si causan ruido y descrédito.
Le pasó hace poco al
reconocido anarco-periodista Antonio Morales, cualquier cosa menos un seguidor
de las hegemonías, que después de perder su trabajo y su buen nombre por una
denuncia de una supuesta violación, recibió un archivo del caso sin ni siquiera
unas disculpas. Apropiadas sus palabras en el mensaje que escribió ante todo lo
que le pasó:
“Lo triste es que se recurra a
la mitomanía y a la mentira -desde un feminismo falaz- para poner en valor
a la mujer “perseguida”. Ello toma formas socio históricas alienadas en el
sistema de género. (...)
Victimizarse como mujer mintiendo y
calumniando, afecta las luchas de las mujeres, es antifeminista. La
calumnia contra los hombres inocentes, también es violencia de género. He
sido víctima de una cierta violencia de género.”
Ante todo: niego, pero no reniego
Me niego a aceptar que la
causa feminista en este país tome el extraño rumbo de empeñarse en perseguir
ese insólito derecho “a la legítima ofensa”. Quizás con todo esto lo único que
hago es pecar de teoría y me quede sólo en el plano de las ideas e ignore la
movida práctica, donde estas cosas que planteo son poco importantes para los
movimientos de mujeres que se están jugando la vida en este momento por sus
derechos.
Aceptaría una objeción como
esas, siempre y cuando se me reconozca también la necesidad de defender a la
literatura como aparato también adecuado para la subversión. Y por eso mismo,
como objeto a defender de los sectarismos. Si los poemas se pudieran firmar
abajo por adherentes secundarios como los manifiestos, si se gritaran en las
calles como las consignas, yo firmaría y gritaría por la causa feminista uno de
Blanca Varela:
Va Eva
Animal de sal
si vuelves la cabeza
en tu cuerpo
te convertirás
y tendrás nombre
y la palabra
reptando
será tu huella.
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