El querido escritor Macedonio Fernández hablaba del Hacedor de Bonitos. Decía que el hacedor de bonitos debía ser una política de todos los municipios. Que cada alcalde debería conseguirse el tipo más feo que pudiera encontrar, tratar de ponerlo aún más feo y después pagarle para que se la pasara caminando por las calles del pueblo. Todo, para que la gente lo viera y al percatarse de semejante feúra ellos mismos pudieran pensar luego: bueno, yo no estoy tan mal. Así todas las personas dormirían tranquilas sabiendo que entre las gentes existía alguien más feo que ellos mismos.
Recordé al hacedor de bonitos
hace años, cuando trabajaba recorriendo las barriadas de Medellín. Me llamaba
la atención que cuando me internaba en los peores extramuros, entres los
ranchos desvencijados, su pobreza, su insalubridad y sus muertos en cada
esquina, cada que tenía la oportunidad de preguntar a sus gentes qué tal era
ese sitio para vivir, siempre me contestaban que ese sector de ellos era “más o
menos bueno” a pesar de lo terrible que se viera. Porque siempre, siempre, me
estaban diciendo que el barrio de “más arriba” el que le siguiera en la cuesta
cada vez más empinada de la ladera, era mucho peor. Que más arriba mataban más, que en el barrio de al lado robaban más, se apretujaban más en los ranchos y se veía más pobreza. Así
se consolaban en su inmundicia, siempre comparándose con un sitio contiguo que era peor.
Esa manía enfermiza de medirnos
sólo con los peores para evitar la presión de mejorar. Seguro alguien más
ilustrado en temas de la psiquis lo explicaría mejor.
Recuerdo al hacedor de bonitos y
a la gente de estos barrios ahora mismo, cuando colombianos en su insensata refriega
política insisten en amenazarnos a todos con eso de “volvernos como Venezuela”.
Pero para muchos eso no es una amenaza, sino un consuelo. O mejor, se consuelan
amenazándose con creer que puede haber alguien peor. Venezuela ahora es el
hacedor de bonitos, que puede servir
incluso para que un monstruo como Colombia
siga siendo monstruo sin problemas.
Colombia es esa persona que esta
noche va a dormir tranquila después de ver al hacedor de bonitos que la hizo
olvidar de su propia feúra. Colombia es esa barriada espantosa que se tranquiliza
mirado el barrio de más arriba, esperando que allá maten más. Colombia es el tonto
que se consuela con el mal de otros.
Yo en cambio pienso que el peor
de los peligros para esta tierra, no es caer a ser como alguien más; soy de los
que piensa que el peor de los peligros para Colombia es seguir siendo Colombia.
El final del horror, implica reconocer el horror. Y están los que, a veces,
para evitar ese final del horror, prefieren un horror sin final.
0 .:
Publicar un comentario