De chicos, Messi no crecía entre
su cuerpo anómalo y Maradona no podía progresar entre su villa de miseria. Messi
aprendió que la pelea era hacia dentro, consigo mismo, contra sus propios límites,
para saber mantenerse y convivir entre el éxito. Maradona aprendió a pelear con
lo de afuera, contra su ambiente hostil para saber patear todas las pobrezas
que lo rodearan. Messi es la lucha ensimismada y Maradona la guerra a campo
abierto.
Messi es un genio de la cúspide. Maradona
era un genio del fango. Dicho de otra manera, lo mejor que tiene Messi es saber
resguardar y mantener la cima con los que la han alcanzado. Lo mejor que tenía Maradona
era saber levantar del fondo a los caídos. Ninguna de las dos cualidades es mejor
que la otra. Poder conservar la corona de los coronados y ser el mejor del mundo
por 10 años sin pausa no es tarea menor. Maradona, cuando tuvo todo a su favor -Barcelona,
Argentina en 1990- no lució. En cambio, cuando se trataba de darle fortuna a
desfavorecidos -Napoli, Argentina del 86- surgía con fuerza entre la
adversidad. Maradona necesitaba cenizas para surgir. Messi necesita lumbre para
azuzarla y propagarla.
Messi duplica su brillo donde
encuentra luz y se hace imbatible. Maradona sólo encontraba la fuerza para brillar
en medio de la provocación de la oscuridad. Messi sabe aprovechar al máximo el
buen clima. Maradona sabía sobrevivir a tormentas. Maradona daba las órdenes
con su oratoria y su carisma. Messi lidera desde su ejemplo.
¿Cuál de estos dos necesitaría Argentina
ahora? O la pregunta mejor: ¿Qué es la Argentina de ahora? ¿Un grande
desfavorecido o un desfavorecido que quiere grandeza? ¿Juega este equipo de ahora desde la lumbre o
desde las cenizas?
Quizás este onceno de Sampaoli
guarde algo de ambos. Tiene el porte y la arrogancia de los coronados, con la
herida y la nostalgia de la corona perdida. De acariciar la cima en Brasil 2010, en una
final contra Alemania, ha terminado ahora celebrando un gol de Nigeria en
primera ronda contra Islandia que lo salva momentáneamente del abismo.
Quizás esta situación de ahora, y
la eterna discusión Messi-Maradona, obligue a resolver un dilema que viene
rondando hace varios mundiales, motivado por sus triunfos agónicos, sus avances
sólo por penales y sus éxitos cercanos pero postergados: acaso Argentina no es
un grande. ¿Acaso Argentina es sólo el más fuerte de los débiles? ¿Acaso es sólo
el débil de los fuertes?
Quizás Messi nos ayude a responderlo.
Si Argentina sale de esta, y el equipo mejora, y Messi se repotencia, sabremos
que se trata de un equipo grande con altibajos. Si el equipo se hunde con Messi
a bordo, sabremos que solo Maradona nos hubiera podido salvar.
Pero el fútbol es dialéctica de
lo inesperado. Nada de esto puede ocurrir y Argentina, por alguna razón, por
ejemplo, puede caer con Messi luchando y muriendo de pie; o, más insólito aún,
triunfar con Messi ninguneado, caso en el cual nunca habrá estado uno tan feliz
de haberse equivocado.
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