22 de abril de 2012

MILLOR FERNANDES, IN AMNESIAM.




Para demostrar que no de todo muerto se habla y escribe bien, yo intento ahora hacer este obituario para Millor Fernandes, queriendo hablar bien pero escribiendo muy mal. Precario, con tristeza y admiración huérfana.

Si esto fuera un tributo, sería un tributo de rico. O sea poco, poquísimo. No pasaré de ser un discípulo vago que ni siquiera aprueba las clases de portugués. Pero por esas injusticias divinas hasta los peores alumnos podemos llamar maestro al maestro. Y mejor muerto, que ya ahí de nada vale la envidia. Así es más fácil reconocer: La vanidad nos arroja a pensar que las únicas vidas superiores a la nuestra, son las de los muertos. Millor Fernandes murió hace poco en Río de Janeiro, su terruño de siempre. Le dio 88 vuelticas alrededor del sol, “libre como un taxi”, para usar una de las suyas, y ahora se acaba de bajar. No pagó la carrera y dejó el taxímetro encendido; éste cada vez cuenta más y nos muestra lo que valió su paso por aquí.

Vivió mucho; quizás porque aprendió y nos enseñó que es más divertido sonreír que carcajearse. La carcajada es más ruidosa pero dura poco, y al rato se hace molesta; una tenue sonrisa en la cara se mantiene por mucho más tiempo. Sí, vivió mucho, pero para los que ahora lo extrañamos su vida fue corta y su muerte va a ser muy larga. Ya lo dijo nuestro Diomedes Díaz, otro alumno que me aventaja, en una frase que bien podría ser de la escuela de Millor: “El problema no es que uno se muera sino lo que dura muerto.”  

Sobrevivió a cosas increíbles, a una dictadura militar de 20 años y a varios de los oficios más miserables y mal pagos de la región: poeta, dibujante, filósofo, dramaturgo, escritor. Nos dejó una obra fragmentaria y dispersa, como las  esquirlas. Como es Latinoamérica: pedazos de muchas cosas que fueron quedando sueltas por ahí, sin saberse exactamente de qué se desprendieron. Retazos de origen variado que ahora forman un nuevo cuerpo.

Consciente que ése era su método, así nos ayudó a entender estas tierras; con sus aforismos, sus dichos –escritos-, sus recortes que pululan por docenas en todos lados, que fascinan por contundentes y consternan por huérfanos, por verlos tan sueltos, tan sin nada alrededor, porque la ingenuidad nos hace seguir creyendo en la gran literatura como algo de muchas páginas. Sus renglones son explosivos, son auténticas balas disparadas de una en una, tan buenas que juntas detonan y provocan estallidos. Sus frases estupendas, al leerse juntas, se anulan unas a otras porque cada una reclama su autonomía, desde su mínimo espacio. Igual que en la ex Yugoslavia.

Lo mejor ahora es reír de tristeza, síntoma clásico provocado por las ironías que se encargó de producir por camionadas. Al parecer a él mismo no le preocupaba tanto la muerte, pues tenía en la cabeza cosas mucho más importantes. Así lo hizo saber: “Lo peor no es morir, es no poder espantar las moscas.” Decía también que el pasado, es sólo el futuro, ya usado; que vivir es dibujar sin goma, y que la vida sería mucho mejor si no fuese diaria. Ahora lo podrá comprobar.

Además de las moscas, detestaba los bichos en general: “El mayor error de Noé fue no haber matado las dos cucarachas que metieron en el arca.” Esa entomofobia lo llevó por el obvio camino de abominar de los políticos. Desde los periódicos fastidió a la dictadura militar, fastidió a los liberales y  fastidió a los comunistas. “Todos se ocupan de conducir al pueblo, pero nadie de darle de comer.” Y en otro lado: “El capitalismo es la explotación del hombre por el hombre, y el comunismo, todo lo contrario.”

Desde el humor, encontró la seriedad que le hacía falta a la resistencia, a los rebeldes, a veces tan charlatanes pero tan faltos de gracia. Su pelea fue frontal,  echando tinta donde veía sangre. Una de sus mejores y más famosas sentencias, y en lo personal, uno de mis diez mandamientos, es el siguiente:

“El último refugio del oprimido es la ironía, y ningún tirano, por más violento que sea, escapa a ella. El tirano puede evitar una fotografía, no puede impedir una caricatura. La mordaza aumenta la mordacidad.

Así era su estilo: breve, certero y dañino, como un disparo. Subvalorado como todo aforista, también sobrevalorado, como todo aforista. Siempre defendía el grueso que hay detrás de un aparente simple renglón. “No matarás” es una frase corta, pero trae muchas cosas consigo,” decía en una de las últimas entrevistas que dio para televisión.

Millor sonreía con la muerte, y ahora hasta su muerte nos da risa: “Morir, por ejemplo, es una de esas cosas que siempre se debe dejar para después”. Y en otra parte: “La ocasión en que la inteligencia del hombre más crece, su bondad alcanza límites insospechados y su carácter una pureza inimaginable es en las primeras veinticuatros horas después de su muerte”.

Ojalá de veras siga viviendo en algún lado, además de la confusa y manida idea de que sigue aquí entre nosotros. Ojalá esté por ahí, lubricando tinta y whisky, de bohemia prolongada ahora que ya no tiene que cuidarse de llevar una mala vida. Sí es cierto lo que cuentan algunas sectas espíritas, y uno al morirse se muda a vivir a una estrella lejana dentro del espacio, Millor andará feliz, ya instalado, disparando su pluma, de copa en copa y ahora fuera de jurisdicción, pues como decía cuando estaba entre nosotros: “El amanecer es el precio que paga el bohemio por vivir en el sistema solar.”
   

1 .:

Bayron dijo...

Soberbio,
Desde el título hasta el colofón.
Tanto que ignoraré la "s" que te sobra.

Con la tecnología de Blogger.