3 de marzo de 2016

VARGAS LLOSA: AL FONDO, A LA DERECHA.




Esta no es una diatriba contra el escritor. En esa faceta, la única duda a tener  sobre Mario Vargas Llosa es qué puede ser mejor. Si esa colosal obra de La guerra del fin del mundo, o la lucidez de Conversación en la catedral, o los guiños eróticos del Elogio de la madrastra, o la sapiencia casi profética de la Historia de Mayta, o cualquier otro de esos personajes suyos siempre fanáticos y compulsivos, plasmados en contornos perfectos que uno termina queriendo y padeciendo.

El problema son sus otros muchos y ahora predominantes papeles, que provocan que nos pase los que le pasa a la mayoría de sus entrevistadores, que lo ponen hablar de política, de Maduro, de María Corina, de alguna guerra actual, de las últimas elecciones de cualquier país, de Isabel y, finalmente, en la última pregunta y como recordando a última hora que también es algo más, lanzan para concluir un: ¿qué está escribiendo ahora?

Porque Vargas Llosa hoy parece tener que ser muchas cosas antes de ser el enorme escritor que es. Una de ellas se engendra en su tentación por el activismo político, ese síndrome de Víctor Hugo, como lo llamó alguien, que provoca que ciertos literatos se asuman también como la conciencia de un tiempo, e intercalen sus ejercicios en la ficción con el pontificar diario sobre la realidad para buscar alumbrar los oscuros tiempos actuales. 

Es su faceta política la que cada vez me resulta más confusa y trastornadora. Y no por su remarcada derecha y el liberalismo conservador que pregona varias veces al día en cuanto medio del mundo se le acerca. Puedo asumir varias de sus posturas como válidas, aún sin compartirlas. Puedo esforzarme por comprender que Mario, por ejemplo, abomine de Wikileaks y su fundador Julian Asange, por que considere que:

“Controlar el poder y fiscalizarlo es fundamental. Ahora, anularlo es algo terrible. Wikileaks llega a hurgar de tal manera en la privacidad, que el poder pasa a estar completamente indefenso y paralizado para actuar. Todo paso que da pasa a ser automáticamente de propiedad pública. Eso al final conspira contra la cultura democrática.”

Asimilar posturas como esta resulta posible aunque lleve tiempo. Sin terminar de entender cómo se puede considerar, para este caso, que la potencia del Norte, sea “el poder indefenso”, y el capo de los hacker –hoy escondido- que denunció los espionajes y la intromisión mundial de ese país y mostró los videos de las matanzas de civiles en una guerra absurda, sea el terrible enemigo de la cultura democrática. Con todo, puedo respetar esa posición y considerarla interesante para esforzarme a mí mismo a ejercitar la alternancia de argumentos.

Pero las opiniones vargasllosistas de las que hablo van más allá de posturas polémicas. Y cada vez se parecen más a auténticas contradicciones; desaciertos que no logro concordar en la liturgia de este Víctor Hugo de hoy.

No puedo entender, por ejemplo, cómo hace unos años manifestó su apoyo directo al empresario Sebastián Piñera, en las elecciones presidenciales de Chile, hablando abiertamente del valor de la libertad de empresa, como  principio nuclear de la democracia moderna y del valioso gerente y hombre de negocios que había sido este candidato, por el que incluso llegó a participar en una marcha proselitista en su país. Aunque en su loa al liberalismo puramente económico, dejara de lado todo lo valioso de esa corriente, como lo subrayó alguna editorial de la Revista Arcadia en su momento. Pues entrevistado aquí en Colombia por las posturas antiprogresistas del candidato Piñera, contestó: “Claro que Piñera y yo tenemos algunas diferencias: Él es católico, yo soy ateo. Él está en contra del aborto, yo estoy a favor del aborto. Él está en contra de la eutanasia, yo estoy a favor de la eutanasia. Él está en contra del matrimonio gay, yo estoy a favor del matrimonio gay… matices, en fin, solo pequeños matices, pero estamos de acuerdo en lo fundamental”.

Llamando fundamental entonces, a lo único que lo congeniaba con Piñera: el libre mercado. Y relegando a “no fundamental” a varios, por no decir todos, los principios bases de la doctrina del liberalismo que se basa en la autonomía y la ratificación del individuo.

Tampoco pude entender después, que el intelectual que supuestamente sacraliza las libertades políticas –por lo menos cuando las mellan los gobiernos de izquierda- , y el derecho al disenso y el pluralismo como cunas obligatorias de la democracia, depreque cada que puede ante las cámaras sobre el “régimen de Venezuela”, acusándolo de destruir la alternancia en el poder y, sin embargo, acto seguido, califique como afortunado el regreso del PRI a la presidencia en México, donde ha gobernado por 6 décadas. Y además elogiara a su gobierno, en cabeza de Peña Nieto, porque le perece que “está funcionando dentro de la democracia” y que  “propone reformas interesantes”.

Para colmo, el mismo Marito que protesta con energía ante cámaras contra la represión y persecución a disidentes venezolanos por parte del chavismo, se calló totalmente en el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Nada dijo ante semejante espectáculo de barbarie, gestado en las entrañas de ese gobierno que le parece funciona dentro de la democracia. Y este fue un voto de silencio que no puedo ser imitado, ni siquiera por colegas y afines ideológicos suyos de mayor integridad como Krauze.

Me esfuerzo y me cuestiono tratando de entenderlo, sin conseguir comprender esa sinuosidad de sus posturas que siempre terminan beneficiando las ideas de la derecha, en cualquier contexto, porque pareciera que logra encajarlas por el derecho o el envés de sus razonamientos. Con cara gana él y con sello perdemos los distintos.

A veces defiende la democracia por proveer la cualidad de la alternancia en el poder, esgrimiendo el cambio como un valor por sí mismo; y en otras ocasiones, contrario sensu, privilegia la democracia alegando la satisfacción de necesidades que ha logrado traer el sistema capitalista que germina allí, y que sólo prospera con su paciente continuidad y permanencia que nos lleve a “un progreso parcial que se logra a partir de progresos graduales.”

Como cuando dijo, en un foro en el Instituto Cervantes, y lo repite cada que puede, que el capitalismo es un sistema muy frío, que necesita una sociedad con una buena dosis de alimento cultural que lo controle y cultive. No obstante siempre agrega cómo se debe soportar ese sistema frío porque es el único que ha traído un grado de bienestar de tal magnitud en la sociedad.

Es el Mario que supedita las imperfecciones de un modelo al bienestar que trae. Y, sin embargo, a renglón seguido, ese mismo Mario, en su discurso de aceptación del premio Nobel, llamó “democracia payasa” a la Bolivia de Evo Morales. A pesar de que nunca se ha pronunciado sobre el hecho de que este país haya casi cuadriplicado su PIB en los años del presidente indígena. Aquí, el bienestar alcanzado no le importa.

Porque cuando algún modelo de desarrollo, alternativo al capitalismo, parece surgir, a Marito eso le parece una malformidad bizarra. Así ha opinado, por ejemplo, del esplendor económico en Vietnam, llamándolo “un anómalo modelo” malnacido en un “capitalismo comunista”, que rechaza sin explicar.

Marito pareciera nunca querer entrar en el detalle de los asuntos sobre los que opina. Ha de estar muy ocupado en sus actividades de famoso para detenerse en los verdaderos matices, y se limita a pontificar como mejor le sale, con generalidades centradas en lo que él considera fundamental.   

Como cuando, también en su discurso del premio Nobel, después de excomulgar a Bolivia y Venezuela, dijo que en la mayoría de países de América Latina la democracia estaba funcionando bien, y que por primera vez en toda la historia “había una izquierda y una derecha” que respetaban las reglas básicas del juego democrático. Y puso a Colombia como ejemplo. A la misma Colombia que, en ese mismo tiempo, mientras él recibía el premio y se fotografiaba con su frac, tenía un presidente que intentaba una tercera reelección a como diera lugar, cambiando por segunda vez la constitución, y al que acusaban con pruebas comprometedoras de estar interceptando, espiando y persiguiendo a periodistas, opositores y jueces de la Corte Suprema.

Pero eso para Marito se debe tratar de matices solamente. Eso no toca lo fundamental de su recomendado modelo de democracia que cada vez parece tornarse más ilusorio. Porque si le parece que Colombia tiene una democracia que funciona, ve un país de mentiras. Como ese lúcido personaje, protagonista de la Historia de Mayta -casi podría decirse que es él mismo- que en los apartes finales, cuando está hablando con el antiguo revolucionario ya viejo y derrotado, le dice que quizás todo eso le pasó porque “en política, cuando se busca la perfección, se cae en la irrealidad.”

Y en eso mismo parece empeñado el Marito de hoy. Porque aunque siempre cacaree sobre la imperfección de la democracia que se debe asumir con resignación constructiva, él mismo, sin embargo, se arroga el estatus de poder decir y definir cuál es la democracia que le va pareciendo menos imperfecta. Por eso apoyó al PRI en México y se calló con lo de los estudiantes desparecidos. Por eso apoyó el regreso de la derecha a Chile, argumentando, contrario a México, la necesidad de cambio y a pesar de los cercanos pinochentistas que hicieron parte de ese gobierno remozado.

Por eso denigró de las elecciones presidenciales en su país de origen, calificando a Umala de poder “acabar con la democracia en Perú” en caso de ganar y  ponerlos  “donde están Bolivia o Ecuador o Venezuela”. Por eso escribió contra él comparándolo con Hitler y lanzándole su calificativo preferido: “Payaso”, y agregándole “cavernario” y “estúpido”. Y sin embargo, pasado poco tiempo, cuando podía ganar la hija de su antiguo enemigo político, Fujimori, la conciencia de Vargas Llosa volvió a salir ante las cámaras, ahora reconcienciada, y dijo que exhortaba “…a votar por Ollanta Umala para defender la democracia en el Perú, y evitarnos el escarnio de una nueva dictadura”. Ese es su apartito, su “democriaciómetro” que siempre tiene calibrado y listo para usar.

Por eso desde hace algunos años se ha ensañado contra el que fue su ídolo de juventud, Jean Paul Sartre, y cuestiona abiertamente sus actitudes con las letras porque, dice, olvidó que: “la literatura es sólo una forma elevada de entretenimiento”. Aunque el adverbio “sólo” y el adjetivo “elevado” sean incompatibles en la misma frase que busque definir una cosa. Varga Llosa abomina ahora de Sartre porque repudia esa idea francesa del escritor comprometido -¿por comunista?- aunque él mismo se haya vuelto un escritor “entrometido” que siempre está diciendo qué es democracia y qué no en todo el mundo. La literatura es solo eso, dice, pero él mismo a través de la literatura pareciera querer algo más. Volverse una conciencia.

Para seguir con Sartre, hace unos años, cuando se cumplió el centenario de su nacimiento, de nuevo tomó la lanza y explicó las razones para repudiar su obra, porque, dijo, en su tiempo este escritor francés: “Se había convertido en una figura mediática que aparecía en las revistas frívolas y era objeto de la curiosidad turística…

Esto lo dice el mismo tipo que hoy día parece tener un fotógrafo de la revista Hola dedicado sólo a retratarlo a él y su nueva novia, la periodista de “revistas frívolas” y ex de Julio Iglesias y mamá de Enriquito, Isabel Presley, que además lo llevaba entrevistando en esas revistas frívolas desde los años 80. Y quien ahora pasó de entrevistadora del Nobel a novia co-entrevistada. No hay semana sin retratos suyos donde se les pueda ver a ambos de vacaciones en Puerto Rico o en algún coctel o hasta en la peluquería.

Y en ese entonces, agregaba Marito, para rematar a Sartre, que su sobredimensión en estos tiempos se debía a que:

“Vivimos en la civilización del espectáculo y los intelectuales y escritores que suelen figurar entre los más populares casi nunca lo son por la originalidad de sus ideas o la belleza de sus creaciones, o, en todo caso, no lo son nunca sólo por esas razones, intelectuales y literarias. Lo son sobre todo por su capacidad histriónica, la manera como proyectan y administran su imagen pública, por su exhibicionismo, sus payasadas...”

Esto lo dice para Sartre y pareciera describir su propio caso en la actualidad, mientras sigue dando entrevistas con su novia trofeo y habla de cómo va su divorcio y su nueva relación y los planes de boda y sus felices 80 años.

Porque el Marito de ahora parece cómodo con la intimidad que sacrificó para ritual de las revistas del corazón. Aunque se exponga a evidenciar las obvias contradicciones de la vida privada, que siempre se muestran más diáfanas en los personajes de farándula que él crítica y, sin embargo, imita. En su –por poco tiempo- última entrevista habló de estar viviendo uno de los momentos más felices de su vida al lado de su nueva novia y recuperar un entusiasmo ya extraño para su edad. Cuando, a su vez, y hace muy poco, le dedicó el discurso del premio Nobel a su entonces esposa Patricia, “la prima, de naricita respingada… con la que tuve la fortuna de casarme”, y  sin la cual no podría existir, dijo, pues: “sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico”, mientras el llanto le entrecortaba la voz. Fue una conmovedora escena de culebrón que caló incluso entre los gélidos señores de la academia sueca.

Ante tamaña oportunidad, grabada en vivo, la prensa rosa hizo su banquete cuando anunció su nueva y farandulera relación. Acusaron a la Presley de dañar el matrimonio del Nobel, circularon docenas de primeras páginas con opiniones de los hijos, la ex esposa y la amante, y se produjo eso que Marito mismo llama la “chismografía” ramplona en que se ha convertido el periodismo hoy día. El mismo que le ha dado de comer a su ahora novia toda la vida.

Porque si Marito abominaba de Sartre por razones de afinidad a lo superficial, debe abominar de sí mismo y de la figura pop en que se ha convertido. Al punto que a todos se nos olvidó ya que es escritor. Y en cambio sólo vemos al premio Nobel que posa de frac junto a su codiciada novia diva, que hace saques de honor en los estadios de fútbol, que actúa en obras, que no descarta una película y prende cada que quiere su “democraciómetro” ante las cámaras.  

Quizás Marito, contrario a lo que él mismo dice, nunca ha dejado de ser alumno de Sartre y hoy día hasta lo haya superado. Porque hago un esfuerzo y puedo tratar de comprender que Vargas Llosa critique esa “sociedad del espectáculo” y se queje de esa vida frívola del mundo actual que privilegia la imagen y los prejuicios por sobre las ideas y el análisis, al mismo tiempo que salva el modelo capitalista y lo defiende y lo recomienda; como si pudieran ser dos cosas distintas y fuera posible desligarlas.

Y puedo prolongar mi esfuerzo y atreverme a dudar de mis propias convicciones y por un momento considerar que Marito tiene razón y el capitalismo es la salida y es el mejor modelo para el mundo, como él siempre lo recomienda, a pesar de callarse siempre ante las insólitas cifras de concentración de la riqueza, desigualdad y destrucción ambiental, propiciadas por este modelo y nunca antes vistas en la historia. Y sin embargo, a pesar de todo, puedo morderme el dedo y pensar que no, que acaso todo es como Marito dice. Y puedo seguir esforzándome, a grados ya de martirio y considerar sus posturas frente a América Latina y pensar que no hay grandes esperanzas ni modelos de desarrollo alternativos en eso del socialismo del siglo XXI, que él acierta en defenestrarlos, a pesar de nunca referirse a la estela de catástrofes que dejó en los noventa  el paso del huracán neoliberal.

Puedo continuar y acercarme a la hernia y tratar de entender lo que él entiende por matices, y pensar que valen menos, mucho menos, mis matices del aborto en la mujer y la eutanasia y los crímenes del gobierno de Colombia. Y puedo atreverme a concluir que sí, que eso para qué, si no hay libertad de empresa.

Y podría presionarme hasta el shock para convencerme que quizás yo esté errado, y Marito, más lúcido, más escritor, más inteligente y más consciencia, está en lo cierto. Y sin embargo, llegado a esta instancia, me encuentro siempre con el punto muerto y mis esfuerzos se pierden y malgastan. Porque a pesar del cariño y la veneración a su obra que me hace querer convencerme de él a pesar de mí mismo, nunca voy a poder entender cómo pudo cambiar a Sartre por Isabel Presley, alegando la frivolidad del primero.


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