Joaquín Sabina se presenta el próximo martes en el Teatro Metropolitano. Primera visita a Medellín del cantante español poco conocido aquí hasta hace unos años, pero de popularidad creciente hoy en día. Loable porque se trata de un cantautor de grandes ligas, como quedan pocos en estos tiempos de marea baja.
Sus letras apuntan a los oídos y terminan dando en el corazón. Poemas traducidos a canciones. Todo fundido y confundido en su propio tono: el único idioma distinto e inimitable. Su creación huracanada y anárquica rompe cualquier etiqueta. En todos sus trabajos se despliega un abanico de ritmos que van del vals al rap.
Sabina dice “Creer en la canción como un género impuro.” Precisamente, se ha vuelto un mago de impurezas, sacando canciones bastardas de mezclas insensatas, llenas de genialidad espuria. Por eso llega a todas partes menos a los lugares comunes, de los que busca exiliarse. Busca en la intimidad y la indagación de sí mismo como personaje a tratar, el último resquicio que le permita luchar a muerte contra la estrechez mental y las fórmulas manidas.
También cambia la elevación por la intensidad de los caídos. La sensación que produce es familiaridad; la familiaridad de los que comparten la misma pérdida. Como desencantado de los de carnet, se la pasa entonces “pintando autorretratos al portador”. Y arma sus letras con los ladrillos que recoge de la prosaica realidad, convertida en un fracaso cotidiano.
Los bares, los suburbios, el submundo marginado de la racionalidad demencial de la vida moderna, parece ser su obsesión. La derrota con dignidad, preferible al éxito vergonzante en un sistema en el que no se cree. Por eso invita a “librarse de los tontos por ciento, del cuento del bussines, dando clases en una academia de cantos de cisne.” Por eso se la juega por “Los fugitivos del deber que no encuentran taxi libre para el cielo.”
La suya no es una poesía de atardeceres, sino de hurgar en miserias terrenales. Exhibe su faceta canallesca como estatuto estético. Y explota musicalmente el deterioro de su propia voz para, no sólo abrir, sino además pavimentar nuevos caminos. Igual que Joplin o Tom Waits o Leonard Cohen.
Pero hay más ironía que depresión en sus letras. Siempre producen esa mueca, entre sonrisa y hartazgo, la misma que nos logran sacar los malos chistes como la vida; “una vida que sigue, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”.
A ver qué tal le va en Medellín. La espera terminará pronto.
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eso de ser poco conocido no lo creo, varias personas que son seguidoras de el dicen lo mismo.. es decir a la mayoria que lo escuchan piensan y siguen diciendo eso cuando es alguien en extremo comercial de los q se niegan a serlo. es como si quisieran sublimarlo y el ver q es mas comun de lo quisieran se resisten a creerlo.
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