Pienso en un famoso pintor y escultor colombiano, de más de 80 años de edad, de renombre internacional, nacido en provincia y sin duda el más popular de su región. Alguien que, como artista de éxito, cuenta también con innumerables detractores de su obra; pero quien, a pesar de pasar gran parte de su vida en el exterior, ha tenido comportamientos generosos con su ciudad, haciendo valiosas donaciones y tratando de dejar un legado en el estrecho campo artístico de su terruño natal, con un museo edificado para su obra y la de muchos otros artistas consagrados. Pero también alguien que, ya en su vejez, muestra cada vez que puede un sentimiento de desazón y desencanto por su país y su ciudad originaria, dada la indiferencia vista.
¿Se adivina el artista y la ciudad? ¿Fernando Botero y Medellín? No. Omar Rayo y Roldanillo, Valle del Cauca. Mejor dicho se habla de los dos porque guardan muchas semejanzas entre sí. Los dos quisieron difundir el arte en medio de una ciudad en guerra. Con la donación que Botero hizo en el 2000 a una Medellín desangrada, se revitalizó el Museo de Antioquia, para convertirlo en estandarte. Rayo, en los 80, apostó por hacer un museo de arte moderno en un pueblo perdido en el norte del Valle, fortín de la mafia. La diferencia es que Rayo se acaba de morir, mientras Botero sigue vivo y contando unas arcas mucho más grandes que las del finado.
Ninguno de los dos escatimó quejas por el poco apoyo obtenido. Ambos se mostraron arrepentidos por haber tratado de promover el arte con su obra en las provincias donde nacieron. Omar Rayo siempre declaró que, de poder retroceder el tiempo, no volvería a abrir su museo en Roldanillo. Y Botero dice solo encontrar envidias a sus empresas. Lo que lo llevó incluso, a manifestar que no va a volver a realizar el Premio Botero, que financiaba.
Sus juicios acaso podrían ser discutibles. Pero lo cierto es que las vidas de ambos son un testimonio del destino del arte en Colombia. Muestran el arrojo quijotesco necesario para dedicarse a esa labor en un lugar como estos. El denuedo por abrirse camino en un ambiente hostil y querer pasar la antorcha a los sucesores.
También los dos son el testimonio de la mala aceptación y la poca solidaridad que una labor así encuentra. Siendo tal vez mucho más difícil para Rayo, quien además de la indiferencia por el arte, se encontró con un problema tal vez mayor: el centralismo retrógrado de este país. Porque no es lo mismo apostar por Medellín que apostar por Roldanillo. Por eso el museo de Antioquia quizás persista después de Botero, aunque con unos premios menos. Mientras que la muerte de Rayo deja la incertidumbre por el futuro de su museo, que, dicen, es insostenible. Botero seguramente morirá en alguna de sus casas en Italia o Nueva York. Rayo cayó en su tierra. Ojalá su legado no dure lo que dura un relámpago.
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