10 de julio de 2010

AGUIRRE Y LOS MINEROS.

A las tragedias de los minas se les hecha tierra muy rápido, por alguna clase de extraña asociación. A casi un mes de la explosión de la mina de carbón San Fernando, en Amagá, lo único claro son 73 muertos, un secretario departamental que dice que esa es “una de las minas más tecnificadas del país”, y un ministro que asegura que carecía detectores fijos de gases.

La historia de la minas en Antioquia es una historia de miseria, explotación y muerte. Y sobre todo historia olvidada. Se habla de unos cien mineros muertos en los últimos años. Y ni hablar de las últimas décadas.

Esta tragedia hace recordar otra, acaso la más infame porque no fue un accidente sino una matanza hace casi 50 años en el pueblo de Santa Bárbara, un 23 de febrero. Había huelga general en cementos El Cairo. Los trabajadores atrincherados no dejaban sacar el clínquer de la mina, necesario para la fabricación del cemento. Las constructoras de Medellín se desabastecían y el periódico regional, propiedad del entonces también gobernador, hacía la “típica colombianada” y lamentaba a ocho columnas todos los días, las pérdidas de la industria cementera gracias a la huelga.

La orden fue clara, había que sacar el clínquer como fuera, aún por encima de los huelguistas. Y así fue. Los militares llegaron a Santa Bárbara y sacaron el clínquer. En el camino dejaron una niña abaleada, Edilma Zapata, junto con otros doce trabajadores asesinados. La orden la ejecutó el ministro de trabajo, un tal Belisario Betancur, que después se dedicó a ser presidente, junto con el gobernador, Gómez Martínez, que después fue el nombre de un túnel. –Otra extraña asociación hecha.-

Santa Bárbara es la patrona de los mineros y los artilleros. Una paradoja que se consumó con este hecho. Los viejos que lo recuerdan dicen que ese día la virgen del pueblo se volteó a mirar hacia otro lado. Después vino una batalla jurídica que demostró que los mineros fueron abaleados a sangre fría. El abogado que dio esa pelea voluntaria fue un tal Alberto Aguirre, una institución en la ciudad que hoy día se dedica a ser una mala conciencia que pontifica entereza ética desde sus columnas.

Hace unos meses me contó que le remuerde mucho no haber escrito un libro contando todos los pormenores de esa matanza, y la lucha que después tuvo que dar en los tribunales. Al parecer lo empezó hace poco. Ojalá lo acabe. De lo contrario, lo de Santa Bárbara sólo seguirá siendo una anécdota ruidosa para seguir contando cada vez que unos nuevos mineros mueran.

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