Alguna amiga me reprochaba por no haber sacado la bandera en las fiestas patrias. Me contó con orgullo que ella sí la izó en la puerta de su casa, todo el día erguida, para festejar el bicentenario, hasta las nueve de la noche cuando la recogió para que no se la robaran. Eso es lo normal, que lo patriotas nos dure hasta las nueve. Después no se responde.
Dentro del himno nacional hay unos versos visionarios, una estrofa de esas que se quedan pendientes por aprender y practicar: “Más no es completa gloria/ vencer en la batalla/ que al brazo que combate/ lo anima la verdad/ la independencia sola/ el gran clamor no acalla/ si el sol alumbra a todos/ justicia es libertad.”
Al leerla y ver hoy día el fervor por el bicentenario, queda cierta sensación de una advertencia desatendida. La independencia se consiguió con estridencia pero también con preocupación por encontrar el camino que llevara de verdad a la libertad, la que no vale nada sin eso que llaman justicia. Bolívar fue uno de los que pronto salió a decir eso de “conquistamos la independencia pero no la libertad”, junto con Santander. “Las armas nos dieron la independencia, las leyes nos darán la libertad.”
Se trataba de no confundir la independencia con la libertad, pero esa diferencia se borró con los siglos entre la algarabía de las conmemoraciones. Los agasajos se volvieron un culto ciego y desmedido por una libertad aerolizada, llena de aspavientos, que se malformó como bandera a ser usada simbólicamente por cualquier bando.
El himno antioqueño es un buen ejemplo. Unos versos dulzones a la libertad, escritos por un poeta trivial y aburrido, Epifanio Mejía, se volvieron el himno antioqueño que tomaron los revolucionarios conservadores en contra del régimen liberal que trataba de instaurar en estas tierras un estado laico.
Si el santo está incompleto, la oración también. Cuando se alaba una verdad parcial, como la libertad trunca conseguida, se cae también en un culto inconcluso. Por eso festejamos con las banderas afuera de las casas, como buenos patriotas, pero sólo hasta las nueve de la noche. A esa hora la patria se acaba. Tal vez tenía razón el doctor Darío Echandía cuando decía que el problema en Colombia es que ya no se puede salir a pescar de noche.
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