Entre quienes se
movilizaron para protestar se encontraban Guillermo Asprilla y un tal Gustavo
Petro. El primero, siendo abogado, optó por organizar a la comunidad afectada y
presentar demanda contra el Estado por su evidente negligencia, o simple
tolerancia, en el anormal manejo del
relleno que causó la tragedia. Años después, el señor Asprilla fue elegido
concejal del Distrito y posteriormente, en el año 2012, llegó al cargo de
Secretario de Gobierno en la alcaldía de Gustavo Petro, que había prometido un
gobierno de izquierda. En ese mismo 2012, después de 15 años de ocurrida la catástrofe
del basurero, la justicia, luego de una década y media de cojear, llegó por fin
y falló la demanda de Asprilla a su favor, condenando al Estado a pagar 227 mil
millones como indemnización a las víctimas que padecieron la avalancha de
basura.
Y ahí fue la de Troya.
El hecho vino como anillo al dedo de la garra que viene asediando la
administración de Bogotá, y que se mueve a fuerza de intrigas de gremios
poderosos y patrañas propagadas, por torpeza o abyección, en los medios de
comunicación. Recuerdo por ejemplo los titulares del Espectador o el noticiero
Caracol –casualmente del mismo dueño-: “Al señor Asprilla le va tocar un 15% de
esos 227 mil millones.” La noticia contada a recortes sugería miserablemente
una conclusión falsa: El secretario de gobierno se va a tapar en plata, y desde
su cargo público sigue haciendo negocios privados, y hasta se vale de su puesto
para impulsarlos.
Oportuno fallo del Consejo
de Estado que sirvió para armar la nueva mentira. De inmediato entró a escena
el procurador Ordóñez, que se empeña en hacer campaña a la presidencia a fuerza
de echar incienso en las iglesias y perseguir infieles. Ya se había llevado por
los cuernos a Piedad y Alonso Salazar, en descarados fallos amañados, tenía la
orden de ir a por Petro y Asprilla sería un buen abrebocas. Que había que
empezarle investigación al secretario de gobierno, que era inadmisible que
desde su cargo siguiera llevando procesos jurídicos, y que ese asunto lo
investigaba y lo fallaba rapidito, no se iba a tardar 15 años en esa vuelta
como hizo el Consejo de Estado con los pobres enmelotados de basura.
Y así fue. Bastaron unos
pocos meses para que el procurador redactara un fallo de varios cientos de
páginas condenando a Asprilla a la sanción máxima de 12 años de inhabilidad y
destitución. La misma justicia que se le tardó 15 años en venir, ahora reculó
en pocos meses y le endonó casi el mismo tiempo como castigo. Asprilla, en su
defensa, presentó un poder notariado en el que renunciaba a la representación de
la demanda del basurero en el año 2011, cuando empezó a ejercer cargos públicos,
y nombraba a una nueva abogada para que siguiera con la misma. También mostró
en el proceso la historia clínica de su esposa, quien por esas fechas empezó a
padecer una larga y terrible enfermedad que finalmente la mató, y por la cual
Asprilla se retiró de sus asuntos profesionales para acompañarla. Hecho que
explicaba cómo, si bien realizó una sustitución al poder de la demanda, no la
allegó al expediente. Sin embargo, expuso también en su defensa que, haciendo
el recuento del proceso, no hubo desde 2011 y hasta que se falló, una sola
actuación a su nombre, pues no hizo ningún trámite dentro del mismo desde ese
tiempo.
En términos jurídicos
ese es el típico caso de lo que en los manuales de derecho disciplinario se
conoce como “falta de ilicitud sustancial”. Una aparente violación a la norma,
que no pasa de términos formales y no se traduce así en la práctica. Pero no se
trata de la misma práctica del inquisidor Ordóñez, y por eso las razones de la
defensa no bastaron.
Hicieron su tarea. Eliminados
los escoltas, sólo queda ocuparse del jefe. Ordóñez apunta hacia Petro con todo
lo que tiene. Tiene varios pretextos de investigaciones, pero la mayor excusa
es la del cambio en el modelo de basuras, que con la oposición de poderosos
gremios y –hay que admitirlo- torpezas administrativas, tuvo problemas
logísticos que ahora quieren maximizar hasta convertirlos en delitos. Esa
persecución antipetrista ha logrado mover máquinas peligrosas en el país, y
cosas tan increíbles como convertir a Cartagena de una de las ciudades con más
desastres ambientales de Colombia, en la administración más preocupada,
progresista y avanzada en cuanto al tema ambiental en el país. Todo por cuenta
de que unos camiones de segunda mano arrendados por el distrito de Bogotá para
cubrir temporalmente las funciones de recolección de desechos -mientras llegan
los nuevos por los que ya se licitó- tuvieron la mala fortuna de tocar puerto
cartagenero y quedarse varados allí por meses, dado que órdenes oscuras
instruyeron para que las autoridades jodieran cuanto más pudieran para no
dejarlos mover.
Como lo reseñó el
periódico El Tiempo –de los diarios que extrañamente se ha mantenido más
moderado en su antipetrismo- en agosto del año pasado, en artículo titulado La
situación ambiental en Cartagena es crítica, esta ciudad presenta una
catástrofe medio ambiental de tal envergadura que la misma procuraduría le
pidió al gobierno nacional meterle mano al asunto y establecer un plan de ayuda
inmediata. Ello debido a que se juntaron varias emergencias que amenazan con un
colapso general, como la contaminación de la ciénaga, los caños infartados, la
ausencia de agua potable, la erosión de los cerros, el deterioro de las islas
de Tierra Bomba, la invasión de las costas y los residuos de La Boquilla, san
Francisco y La Bocana.
Pero toda esa
catástrofe medio ambiental fue olvidada para cuando llegaron los camiones de
Petro. La urgencia y la prioridad era no dejarlos mover de ahí. Representantes
de todas las autoridades ambientales de la ciudad llegaron hasta el sitio donde
estaban parqueados, y todos declararon que permitirlos circular por tierra en
su camino hasta Bogotá sería correr un grave riesgo ambiental, ya que, por ser
camiones de segunda, contenían aún residuos de desechos en sus compartimientos,
los cuales iban a aerolizarse con la marcha del camión, lo que generaría
partículas nauseabundas y contaminantes en el aire, que podrían afectar a la
comunidad.
Cuanta minucia a la
hora de buscar un daño ambiental, cómo se preocupan por el bienestar de la
gente en la ciudad donde los pobres viven en zona inundable que el mar reclama
todos los años. Me pregunto si éstos expertos ambientales no se habrán topado
nunca mientras andan por la ciudad con
una camión de basura, ni se habrán percatado de cómo huele, ni les habrá tocado
acaso padecerlos adelante en un trancón, mientras soportan su estela
nauseabunda, en hechos que pasan en todas las ciudades del país, pero que, por arte
y magia del antipetrismo, se convirtieron en principal preocupación ambiental
de Cartagena, por lo cual se decidió mantenerlos aislados, en cuarentena para proteger
a la gente de sus peligrosos olores. Cuarentena que sólo podía ser violada por
los señores periodistas, quienes a pesar del riesgo medio ambiental tan grande
de estos aparatos, con su gran valentía y profesionalismo, poniendo el deber de
la noticia por sobre su propia salud, se metieron al parqueadero de los
aparatos contaminados y sacaron unas muy buenas primeras tomas de los óxidos y
grietas que tenían. ¡Qué vivan nuestros grandes reporteros gráficos del Espectador!
Nada los detiene con tal de desinformar,
las secuelas de semejante hazaña las deben padecer hasta ahora sus pobres
pulmones afectados, pero no imposta ¡lograron la noticia!
No vale la pena
hablar en abstracto, ni tocar el tema genérico de la administración de Bogotá y
sus detractores. Mejor mostrar pequeños hechos que reflejan sin embargo, las
intensiones grandes y oscuras que laten en el asunto. Estos dos de que hablo, por
ejemplo, resultan bastante gráficos.
A semejante farsa,
grotesca y ridícula, a semejante nivel de asqueamiento llega el discurso
sinuoso del antipetrismo, perdiendo en el camino todo sentido del ridículo, y
de paso, sin disimular un ápice su intención de considerar a la ciudadanía
absolutamente estúpida. Aunque esta se resista y muestre en una última encuesta
que el nivel de aceptación de Petro está cerca al 50%. Entonces la garra que
asedia se retuerce y empuña y golpea con fuerza irascible, porque no lo termina
de creer. La verdad es que ni yo mismo termino de creer que a un año de tan
descarada y frontal persecución, un mandatario de estos siga con un nivel de
aceptación presentable, a pesar de la hipnosis masiva que sus perseguidores se
empeñan en enviar.
Y si la derecha lo
persigue con su garra, la izquierda le saca el culo. Hablo del partido amarillo
que se empeña en tomar total distancia, en adoptar con la administración
bogotana la actitud que mejor aprendió en los años que lleva de vida, la
oposición ciega que los reduce a meros agitadores vulgares. Los militantes o
intelectuales prefieren mantener con él la vanidad de la crítica. Le cobran a
Petro el haber ganado las elecciones internas para la candidatura presidencial
de 2010; el votar por el procurador cuando era senador; el haber dicho que los
militares podían ejercer su legítimo derecho a la defensa judicial –como tiene
derecho cualquier ciudadano acusado de algo, no le veo lo terrible-; el asumir
una actitud que tildan de “tibia” ante una ley de restitución de tierras que califican
de inocua, en un país sin antecedente de una ley similar en el tema agrario que
todavía es feudal.
Todos ellos, hechos inmediatos
que no tendrían por qué desvirtuar toda una política que puede mostrar una más
larga lista de cosas a resaltar. Una política que sin lugar a dudas, es lo más
parecido a un gobierno de izquierda que se haya podido reportar en lugar
importante del país. Pero la intransigencia, esa vanidad de la crítica que
muchos prefieren conservar, nos lleva al canibalismo, a que las hormigas se
maten entre sí olvidando la pata del elefante que pronto las va a aplastar. Y lo
peor es que esa es una película que la izquierda ya ha podido ver antes, muchas
veces antes, en Colombia. Ojalá quedemos hormigas vivas cuando nos pise Ordóñez.
0 .:
Publicar un comentario